Sobre el día del hombre

Cuando conmemoramos el 8 de marzo (fecha conmemorativa, que no de celebración, porque hablamos de luchas que han costado vidas y generaciones), o el 25 de noviembre, es usual que me pregunten ¿y por qué no hay un día del hombre? ¿por qué no hay un día de la no violencia hacia el hombre?
¿Por qué todavía hablamos de derechos específicos de las mujeres, de violencia contra las mujeres, de empoderamiento de las mujeres y de feminismo? Precisamente por la realidad de los datos históricos, de las cifras actuales y de las vidas cotidianas que nos muestran objetivamente, que todavía, en pleno siglo XXI, no somos iguales. Las mujeres tenemos desventajas en todos los aspectos de la vida: laboral, económico, político, afectivo, cultural y social. Si no vivimos violencia por ser mujeres en nuestra casa, la calle nos recuerda afuera con sus peligros que somos mujeres, o vivimos violencias en el trabajo, o consumimos mensajes publicitarios que nos inferiorizan. La violencia está en todas partes. (A mí hace algunos años este discurso me parecía exagerado, pero abrí los ojos y así resulta y puede ser frustrante estar consciente de esto, pero es movilizador también).
Por cierto, para salir de la violencia de género, es imprescindible trabajar con los hombres, porque son ellos (y con esto por favor no quiero decir que todos) quienes están violentando. Hay quienes tienen posturas contrarias a esto y no las comparto, pero tampoco comparto los peligrosos discursos que hablan del "aumento de la violencia de género hacia los hombres" (ayer mismo escuché a un hombre denunciarlo y me dio mucha curiosidad preguntarle cuál es el fundamento de esto) cuando las brechas son tan alarmantes. Más del 95% de la violencia denunciada es hacia mujeres y cuando es contra varones, generalmente se trata de niños, y los agresores, en el 99% de los casos, son varones.
Hay que cambiar la forma de ser hombres actual, lo que implica renunciar a privilegios y para ello es esencial reconocerlos, que es lo que más cuesta, porque los privilegios son invisibles. Es más fácil notar nuestras carencias. El solo hecho de ponerse de pie y que lo que digas valga más solo por ser hombre, ya es un primer privilegio. Evidentemente esto hay que cruzarlo con otras variables. Me pueden decir que un hombre indígena, agricultor, tiene menos poder que una mujer blanca, burguesa, empresaria. Pero seguramente ese hombre tiene más poder que su pareja o que sus hijas y esa mujer menos poder que su marido. Lo cierto es que los datos nos indican que ser mujer es un factor de riesgo en esta sociedad.
Asimismo, ser hombre en una sociedad patriarcal es un factor de riesgo de una menor expectativa de vida, exposición a la violencia, mayor predisposición estadística a riesgos y a vicios, presión social para calzar en los roles; pero estas desventajas jamás van a ser equiparables a las de las mujeres, con quienes el patriarcado es mucho más cruel. Tenemos que verlo así y asimilarlo, si los hombres vieran sus privilegios y tomaran conciencia de ellos y de cómo ser mujer es partir con desventaja en la vida, podríamos comprendernos mejor todxs y cambiar juntxs la sociedad. Casos concretos de vulneración de derechos de hombres tienen también que visibilizarse y denunciarse, de acuerdo, pero sin perder de vista el contexto de un sistema machista.
Por eso, yo solamente entendería un día del hombre, desde una perspectiva de derechos, si cumple con los siguientes objetivos:
1. Que se plantee una toma de conciencia por parte de los hombres, de sus privilegios solo por el hecho de ser hombres: que es probable que ganen más por el mismo trabajo, que no les pedirán que no se embaracen para darles trabajo, que no tienen la misma carga de trabajo doméstico y esto parece normal, que pueden salir más tranquilos de noche, que su palabra, socialmente, tiene más valor; que su apellido, estén o no involucrados activamente en la crianza de sus hijos e hijas, se trasmitirá a su prole en primer lugar; que su apariencia no es central a la hora de conseguir ciertos empleos -no he visto muchos anuncios que requieran de señoritos de buena presencia-; que su vida sexual no es juzgada con rigor si tienen varias parejas (a menos que sean homosexuales); en su casa, es posible que les den más comida que a las mujeres y que les guarden “la mejor presa del pollo”; que sus cuerpos no son tan violentamente intervenidos con los métodos de anticoncepción, centrados en e invasores de los cuerpos de las mujeres; que saben la historia de todos los hombres “insignes” mientras las mujeres todavía hacemos esfuerzos por rescatar del olvido a nuestras ancestras; que pueden “orinar de pie” -en ciertos contextos esto es bien importante-; que si eligen hacer vida religiosa pueden ser sacerdotes y papas; que pueden decir “no” sin tantas explicaciones; que tienen más licencias y permisos para salir; que si beben o fuman sentirán probablemente pena por su salud pero no dirán “qué feo que se ve que un hombre fume”; que no tienen que invertir tiempo de sus valiosas vidas en pensar cómo no ser violadxs o abordados injustamente en la calle por desconocidos que creen que sus cuerpos les pertenecen y por tanto pueden tocarlos o hacer comentarios sobre ellos de manera gratuita; que las leyes y el sistema solo por ser hombres les entienden como los naturales jefes y líderes de las familias, empresas y naciones; que cuando hagan vida en pareja es más probable que sus carreras sean privilegiadas y promovidas en lugar de la de su compañera, etc. Todo esto, dependiendo del contexto, el lugar, la edad, está obviamente sujeto a matizaciones. Me pueden decir que las cosas han cambiado, que ya no es así (y puede no serlo en el área urbana, en la población con más acceso a educación, pero sigue siendo la realidad de la mayoría de las personas), pero el hecho de que algunas mujeres hayan roto barreras (y que me permite escribir esto ahora) no significa que la mayoría de las mujeres en el mundo hayan salido de la opresión y que los hombres que rompen estos moldes, no sean duramente juzgados por hacer la diferencia. Estos privilegios también tienen su contraparte negativa. La diferencia es que para las mujeres cada logro ha sido lucha, para los hombres, el privilegio es el espacio natural.
2. Que tomen conciencia de las desventajas de ser hombre en un contexto machista: es decir, todos los riesgos de salud que mencioné arriba, de calidad de vida y una menor cercanía afectiva con la familia y los amigos y amigas. Nunca olvidaré un hermoso señor taxista, viejito, que me contó con mucha nostalgia, casi amargura, que desde que su esposa murió y su hija viajó al exterior, estaba tan absolutamente solo y desvalido, que no podía siquiera cocinar para él mismo, porque jamás había aprendido. Los hombres pierden mucho en esta sociedad machista, pierden redes, afectos, apoyos familiares y la capacidad de ser seres completos. No es extraño que las mujeres viudas, resilientes, sobrevivan muchos años a sus maridos. Pocos son los hombres que sobreviven sin sus compañeras. Ahora las cosas van cambiando, pero hay hombres mayores que ni siquiera pueden cuidar de sí en cosas tan elementales como vestirse, arreglarse, preparse la comida, por la división sexual del trabajo, que económicamente puede ser de privilegio, porque lo que hacen vale más que lo que hacemos nosotras y la sociedad lo paga, pero, en cambio, ese privilegio es la peor presión cuando no se alcanza y no pueden proveer y además, les inhabilita para cosas de importancia vital. Estas situaciones se revierten, no culpando a las mujeres, sino al sistema machista que nos construye como seres incompletos y necesitados de complemento, en un marco heterosexista y binario que nos merma la capacidad de autonomía económica y afectiva.
3. Que luego de reconocer estos privilegios y estas desventajas, los hombres puedan tomar conciencia de que es preciso renunciar a esos privilegios, o al menos, no asumirlos como naturales. Esto por supuesto que tiene su costo, romper el molde puede ser brutal para los hombres. También es preciso reconocer que las masculinidades son de una complejidad tremenda y que ser hombre también varía de acuerdo con el lugar, la edad, el tiempo, la etnia, la orientación sexual, la posición socioeconómica, entre otras cosas y que en la escala de valoración de la masculinidad, las masculinidades homosexuales son las más despreciadas y temidas, por tanto, ser hombre es un intento de alejarse de la posibilidad de ser identificado como gay, como mujer o como niño. La raíz de esto, sigue siendo pensar que los hombres valen más que las mujeres y que todo lo que se nos parezca. Así que lo que oprime a los hombres, no es un supuesto matriarcado -que no existe- ni somos las mujeres en un intento de "guerra de los sexos". Lo que nos hace leña a todxs, es el mismo patriarcado. No es el feminismo. El feminismo lo único que busca es que tengamos los mismos derechos y oportunidades, no implica que queremos ser más que ustedes, y peor significa el "machismo al revés". Esto es impensable, el feminismo no ha matado a ninguna persona, el machismo mata miles todos los días. Incluso las disputas luego de los divorcios, en que los hombres se ven injustamente privados de la custodia de sus hijos/as, no son responsabilidad de las feministas, sino de pensamientos machistas que creen que el destino natural del niño/a es estar con su madre. Si el padre no es violento y no representa un riesgo para su hijo/a, nada más injusto que impedirle ejercer su paternidad, con todo lo que esto implica.
Yo solamente entendería un día del hombre en estos términos. Pero de ahí pensar que "El día del hombre" es equiparable a un "Día de la Mujer", (con mariachis, peluches y chocolates o rosas que celebran nuestra feminidad y que también somos importantes como corazón del mundo); en el sentido de celebrar la fuerza, la virilidad, la violencia, el poder que es lo que finalmente oprime a los mismos hombres y a las mujeres; me parecería cruel y absurdo.
Incluso he pensado en estos últimos días que existen muchos compañeros sensibles que se han sumado a las luchas de las mujeres, esto es super positivo. Sin embargo a veces caemos -y me incluyo- en el sentimentalismo de felicitarles y hasta hacernos fans, conmovernos por su apoyo hasta las lágrimas. Esto no es malo, es bueno reconocer y felicitar porque sabemos que el contexto de desafiar una masculinidad dominante, es super complicado. Comprometerse como hombres con el feminismo sí que tiene su mérito. Pero hasta para hablar de nuestros temas, pareciera que si un hombre los dice, valen más. Alguna vez me dijeron que debemos hacer que gente de más peso y poder se empape de los temas de género y derechos humanos "para llegar más". Comencemos por asumir que en el 90% de los casos, somos las mujeres quienes hablamos de esto, porque nunca nos dieron haciendo nada y porque somos quienes vivimos y sentimos todos los días las mayores injusticias de género. Y valoremos eso y lo que cuesta que te califiquen de histérica después. O que lancen editoriales en las que nos piden ser feministas desde la feminidad. Que no reclamemos las violencias machistas con gritos y con golpes en las mesas. Que nuestra sonrisa, dulzura y caricias los desarma y derrite. Que perdemos legitimidad si nos ponemos bravas. ¿Después de que me golpean, física o emocionalmente, debo sonreír? Yo les digo cómo me gustaría que los hombres fueran, porque como son -no todos obviamente, pero un buen número sí- hasta ahora, están violentando a las mujeres y se están violentando a sí mismos. Las guerras, por ir al ejemplo más paradigmático, son instituciones masculinas, los ejércitos, las iglesias y los estados. Las instituciones que más oprimen. Pero que no vengan a decirnos a las mujeres cómo debemos ser, porque todos los días nos recuerdan qué esperan de nosotras y cuando hemos roto esos lazos opresores, somos violentadas. No nos pidan sonreír, a menos que esa sea nuestra decisión. Por cierto, me parece un concepto sesgado el de las feministas violentas, histéricas y rabiosas. Hay de todo, pero es comprensible la rabia cuando la realidad nos muestra que con nuestro silencio y sumisión, solo hemos conseguido seguir siendo tratadas como inferiores. O como superiores solo en el plano idílico del eterno femenino. Recuerdo que alguna vez me pidieron dar una charla un 8 de marzo ante un público algo inusual. No me dejaron acabar mi discurso, comenzaron a pifiarme con el pretexto de que me estaba demorando mucho, y que los mariachis estaban esperando abajo, y no podían perder el dinero invertido. Acabé mi intervención y al bajar, me consolaron con una rosa y un chocolate. Estoy cada vez más convencida de que el nivel de galantería hacia las mujeres, es proporcional a las violencias contra nosotras. La mano que te da el peluche, te da el golpe, o te quiere rosa y chocolate, pero no pensante y peor, insumisa o habladora.
Hay hombres que han logrado serlo desde otras maneras. Feliz día para ellos.

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