Acerca de mis uñas



Siempre me llamó la atención la debilidad de mis uñas. Mi mamá me decía has salido a tu tío y contaba que mi tío Pablo las tenía débiles, o no las tenía, por contraste con mi abuelito Don Víctor, su padre, quien tiene las uñas más fuertes que jamás haya visto, tanto que, para cortárselas, cuando acepta que lo hagamos, hay que echar mano no solo de un cortaúñas. Mi abuelito es pintor y tiene las manos enormes. Tan grandes y tan huesudas y venosas, aun anciano, en sus casi cien años, que las usaba de modelo para manos de terror de caucho que vendía en las épocas de las fiestas de Inocentes y después en las de Halloween. Sus manos asustaban a todo el mundo, menos a mí, menos a nosotras.

Es que el abuelito es el único hombre de manos de uñas largas que nunca me pareció raro, peor queer. Jamás me dio algo parecido a lo que ahora llaman cringe verlo con las uñas tan largas, ni antes ni después de comprender bien el asunto del género y sus flexiones. El abuelito con esas uñas pintaba, hacía todas las tareas habidas y por haber y aún conserva esa pinta de los hombres nacidos en los años veinte del siglo anterior. Los que cortaron árboles con hacha, los que cazaban ratas con la mano, los que se daban de quiños para defender el “honor” de las mujeres ofendidas por morbosos en las aceras, los que se levantaban a las cinco de la mañana para bañarse en agua helada. Los que boxearon, los que escalaron el Cotopaxi con zamarro y tabaco en la boca. Y embriagados. Las uñas de mi abuelito me imagino que son conocidas en la ciudad. No son esas uñas de guitarrista clásico, bien cuidadas y solo largas en una mano. Son largas en ambas y son fuertes y las he limpiado y cortado tantas veces que me son más familiares que las mías. 


Las uñas de mi madre son igual de fuertes. Pero no como las de mi abuela. Esas uñas también las he cortado, limpiado y decorado demasiadas veces. Y me pongo en conflicto. Y digo qué comieron estas generaciones que tienen tremendas uñas. Será que a fuerza de dejárselas largas las fortalecieron las crisis o el trabajo hasta la madrugada. Será que con la edad las uñas van agarrando capas. De qué se alimentaron estos seres de uñas fuertes. Qué productos de nail care usaron.  Existía el nail care. Mi abuelito, cuando alguien logra cortarle las uñas, ahora que ya no las usa tanto, porque está viejito, se pone triste. Es como un Sansón sin su cabellera. Las uñas fueron su herramienta de trabajo por tantos años. 


En estos días estuve muy ocupada y no me corté las uñas como lo hago semanalmente. Me las dejé crecer y caí enferma y no tengo energía para cortármelas. Lo raro es que las encontré fuertes. No son fuertes como las de mi mamá, tampoco como las de mi abuela, no son como las de mi abuelo, pero definitivamente ya no son las del tío Pablo. De las de mi papá ni hablo, porque él jamás se las deja crecer como para siquiera advertir qué grosor tienen. Cuando yo no me cortaba a tiempo las uñas, se empezaban a quebrar, solitas. Se rompían. Me causaban dolor. Hoy las siento tan fuertes que me empiezan a servir para cosas insólitas como abrir la puerta del baño que se cierra a veces demasiado fuerte. Y no se rompen. Será que estoy envejeciendo o será que estoy mejor de salud, no lo sé. 


Me siento por primera vez en mi vida como esas que tuvieron mi edad en los noventa, esas señoras Almodóvar que matan al marido maltratador y enseguida siguen fumando la vida con las uñas duras, cuidadas y pintadas de rojo: largas. Las uñas largas jamás me las propuse, no solo porque nunca me han gustado y porque me han parecido uñas de señora, de madre, de abuela, de abuelo o de mujer fatal. Pero estoy viéndolas crecer porque simplemente ahora no tengo fuerzas para cortármelas. Y se siente un poco bien. Porque no las veo quebrarse. Porque no se les abre ese pequeño canal tirando del cual se extrae la uña excedente, dejando el resto en escama, casi en carne, viva, en llama. 


Mis uñas son fuertes. No son tan fuertes. Es que esto es tener uñas de señora, no sé. Será que por primera vez en mi vida yo también soy fuerte. Será que ya soy una señora. Como mi mamá. Como mi abuela. Agarrar ratas en el aire como mi abuelo. Pintar con las uñas en lugar de con espátulas. Volverme una drag queen de uñas de gel. No sé qué hacer con esta novedad, a ratos me da tanto miedo de lo que ha pasado. 


Me las corté. 


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