Las Camille Paglia criollas




Recuerdo que hace años unos misóginos hablaban de una tal Camille Paglia como la feminista adecuada, porque había dicho que la respuesta a la violencia de género debía ser la defensa personal, ser fuertes y heroínas. Las mujeres victimizadas no eran más que lloronas y débiles. Hoy, Ana Belén Cordero y Janeth Hinostroza, en sendos gestos irresponsables, que provienen de una mezcla de ignorancia profunda y aviesa osadía, defienden los avances del gobierno de Lasso en relación con el porte civil de armas como “oportunidades” para que las mujeres se defiendan a balazos de sus agresores. 


Estudios de Argentina, México, Ecuador, Honduras y otros países señalan que, actualmente, las armas de fuego han reemplazado a las manos de los feminicidas y a los cuchillos de cocina como principales mecanismos de muerte contra las mujeres. Recuerdo haber escuchado que el agresor no lo es todo el tiempo, porque no lo necesita. Es generalmente la pareja de las mujeres, e incluso actuando “bien” tiene todo bajo su control, porque da la sensación de tener un arma en el velador. El arma la usará cuando lo considere necesario, pero la sola existencia del arma –metafórica o real– ya es un factor que somete y aterroriza. 


Así, la tenencia de armas no solo representa un riesgo inminente de muerte, sino de sumisión por el terror y de imposibilidad de reacción frente a agresiones sexuales y otras amenazas. Las mujeres dicen que no dejan al agresor porque está armado, que no lo denuncian porque tiene un arma, que no pueden apoyar a una mujer que vive violencia porque está cerca de personas armadas. Entonces el arma, lejos de un instrumento de “defensa” es un instrumento de silenciamiento para las mujeres, que nos priva de ejercer básicos derechos. A nosotras nos matan con las armas.


Cuando no existe control de la tenencia ilegal de armas esto sucede y esto, tristemente, va a aumentar con la extensión legal de su uso a civiles. Según la Fundación Aldea, desde 2021 aumentó el uso de las armas de fuego en los feminicidios. En 2022 ascendieron a 332 los feminicidios y para esto se utilizó, en un 32% de los casos, armas de fuego. Hinostroza, en una maniobra argumental ridícula, señaló en Twitter que el porte de armas es una oportunidad para las mujeres, para su “defensa”. Ana Belén Cordero dijo en una entrevista que “quienes se encuentran indefensas pueden defenderse con un arma de los feminicidas”, sin comprender la dinámica de la violencia contra las mujeres en el ámbito de la pareja o de los crímenes de odio en espacios públicos perpetrados contra las mujeres trans; que son los últimos eslabones de una serie de violencias que tienen como objetivo despersonalizar, anular, aterrorizar y desarmar a las víctimas, hasta acabar con ellas.


Si tradicionalmente los feminicidas han usado sus manos y cuchillos de cocina para matar a las mujeres (armas de las que no carecen las mujeres) sabemos que no se trata sólo de armas, sino de poder. Entre los portadores de armas las mujeres son una minoría, pero mujeres, personas empobrecidas, racializadas, extranjeras, niñas y niños son poblaciones en especial vulnerabilidad de padecer su uso. Las armas facilitan los feminicidios y su aumento, porque aumentan también los feminicidios “en la línea de fuego” contra aquellas mujeres de las familias y cercanas a las víctimas que tratan de prevenir el crimen, así como los crímenes múltiples. 


La violencia contra las mujeres y los feminicidios y el avance de su crueldad y dimensión en la región latinoamericana y en el Ecuador obedecen a múltiples factores. Hoy, con el avance del crimen organizado, el fenómeno se ha recrudecido. La cultura machista reforzada por los medios de comunicación, la influencia de las iglesias evangélica y católica en el mantenimiento de los roles tradicionales de género y la sumisión de las mujeres, son hechos relacionados con la violencia feminicida que finalmente tiene que ver con la idea de fondo del dominio de los hombres sobre las mujeres. 


Sin embargo, otro factor sociocultural de aumento del feminicidio, detectado por organizaciones de mujeres mexicanas (Olivera 2006, Moore, 2004), es la emancipación de las mujeres, en este sentido: cuando las mujeres buscan vivir de manera autónoma, libre e incluso con mayor éxito e ingresos que sus parejas, los machistas se sienten desafiados y experimentan crisis de identidad en relación con el poder y el control que desean mantener sobre las mujeres, pierden su sentido de importancia y su rol, porque la violencia es un instrumento para mantener la identidad y devolver a las mujeres a su dominio. 


A la par, la naturalización de la violencia es otro de los factores más relevantes en su perpetuación, impunidad y escalada. La violencia va sometiendo paulatinamente a las mujeres y, dado que la cultura y la sociedad son machistas, muchas veces pasa desapercibida por quienes la sufren. Es un “derecho” de los hombres y un componente normalizado que deben “soportar” las mujeres. La violencia se acepta como normal, no se habla de ella, causa vergüenza y se sigue asumiendo como problema privado, doméstico o de pareja. Nociones como el honor, el bienestar familiar y el rol asignado a las mujeres como seres relacionales y responsables de sus hijas e hijos y de las vidas de los demás profundizan la sumisión progresiva, sistemática y continua. 


Así se manifiestan nociones como la adaptación paradójica a la violencia y la indefensión aprendida, hechos psicológicos que son mecanismos de defensa de las mujeres para sobrevivir ante su situación, precisamente, y que son formas muchas veces inconscientes de prevención de un aumento de la violencia por la creencia sostenida en la sociedad de que son ellas las culpables y que, como dijo la señora de Lasso, si están calladitas y bien portadas no van a despertar o exacerbar la ira del agresor. Las mujeres que además tienen a su cargo hijas e hijos o dependen emocional o económicamente del agresor terminan resignándose a la violencia. 


La ausencia o debilidad de políticas integrales de prevención, atención y protección a las víctimas es otro factor de riesgo, asociado también con las medidas neoliberales tan groseras que reducen los impuestos a las armas (finalmente hay un negocio e intereses económicos detrás) militarizan a la sociedad y destruyen a través de la precarización laboral y la reducción de los medios de vida el tejido social y los factores protectores frente a la violencia. En México se redujeron los homicidios dolosos de 2000 a 2007, pero se dispararon con la llegada de Felipe Calderón a la presidencia, su “guerra contra las drogas” y la militarización de las calles. Antes de 2007 se asesinaba a las mujeres en espacios privados con ahogamientos, golpes y armas blancas, pero a partir de 2007 se utilizaron las armas de fuego y no hubo retorno. 


México 2007 es Ecuador 2021. El discurso irresponsable y misógino de dos mujeres blancas, privilegiadas y de derecha (que casualmente también son “provida” y antiderechos de las mujeres a decidir sobre nuestros cuerpos) reduce a las mujeres a heroínas de su propia vida que actuarían en defensa propia. Estas declaraciones irresponsables obvian el hecho de que las armas están socialmente asociadas con el poder y la masculinidad, que las mujeres estamos más empobrecidas y tenemos menores medios de vida como para adquirir armas y que el sistema de justicia es patriarcal. Es decir, frente a acciones incluso de “legítima defensa” que terminen causando lesiones o la muerte de agresores por el uso de armas, las mujeres quedarían expuestas a juicios penales. Si todavía lidiamos, cuando nosotras somos las que denunciamos la violencia, con que nos culpen de ella ¿podemos esperar que se nos comprenda como perpetradoras? 


Aquí viene otro factor de sostenimiento y profundización de la violencia: la facilidad con que el derecho penal acusa mujeres (la mayoría de las privadas de la libertad están por tráfico de drogas) pero su tradicional debilidad para sancionar a nuestros agresores. La revictimización cuando se denuncia violencia es una de las razones por las que las mujeres no denunciamos, así como el factor subjetivo bellamente descrito por Adrienne Rich de la “compasión mal dirigida a nuestros agresores y no a nosotras” y la altísima impunidad, que dan el mensaje social de tolerancia y nulas consecuencias de los crímenes más atroces. Así, el mensaje es que al Estado no le importa la vida de las mujeres, que no nos creen y que los feminicidas o se suicidan para no enfrentar a la justicia o escapan y no pagan sus condenas o simplemente compran jueces y son excarcelados. 


En el fondo de estas propuestas indecentes que sostienen Hinostroza y Cordero están las concepciones neoliberales sobre las víctimas. La individualización de la responsabilidad. El restarle al Estado el monopolio –controlado y de última ratio– de la fuerza para trasladar a la ciudadanía su supervivencia en un país en llamas. Mátense entre ustedes dijo Lasso, casi. La guerra es entre ustedes y la delincuencia, borró el tuit. Un discurso patológico que polariza a la sociedad entre un nosotros y ustedes donde el otro, el delincuente, es extranjero, es racializado y es pobre. Y donde las mujeres ni siquiera contamos cuando somos víctimas de feminicidio o los niños y niñas de suicidios. 


A las neoliberales no les interesa, tampoco, hablar de víctimas. Nos quieren VALIENTES como dijo Hinostroza en una conferencia a la que asistí en clave irónica y de la que salí fortalecida, empoderada, sin predecir que los aciertos de aquel coach ontológico en el que se especializa devendrían en la idea cruel de pensar que las mujeres armadas estarían liberadas de sus feminicidas.   


Las liberales (y los liberales, claro, pero acá no voy a escribir sobre Baby Torres, todavía) odian a las víctimas. Ya sé que me van a decir que soy machista porque estoy criticando mujeres. Pero son justamente ellas las que utilizan estratégicamente su condición de mujeres y las evidencias, sin contexto, de los estudios feministas, para promocionar el porte de armas como protección frente a la violencia. Ser víctima no es una esencia débil, se es víctima por lo que otrx te hace. Denunciar la violencia por canales –regulares o no– es poner el acento en los agresores y el sistema que los produce y reproduce. De fondo está la idea de que si te agredieron no fuiste VALIENTE, no fuiste empoderada, no fuiste Hinostroza. Debías responder, era tu culpa no haber salido airosa de las tragedias. Así se perpetúa la impunidad de las agresiones y se acata el discurso de que los hombres son lo que son, no van a cambiar y eres vos la que tiene que hacerlo.


Paglia defendió a Trump y dijo que las mujeres hemos sido crueles con los hombres que han muerto en la guerra y que han provisto desde los inicios de la historia. Paglia dijo que el #MeToo era un lloriqueo y las acciones afirmativas, insultos contra las mujeres. Eres mujer, sacúdete, golpea, no te dejes. Como Uma Thurman en Kill Bill. Como Uma Thurman que veinte años después denunció la violencia emocional y sexual que recibió en la misma película donde aprendimos que las mujeres podemos defendernos solas.


Ese es el discurso capitalista, negar las agresiones o devolverlas, pero por elección. Neisi Dajomes y Tamara Salazar nos han mostrado que el problema de las mujeres no es de fuerza física, también podemos ser fuertes. El problema de las mujeres es de subordinación y de convicción de nuestra inferioridad, reproducida en una sociedad machista. Incluso las necesarias acciones que fomentan la autonomía y el empoderamiento de las mujeres pueden apoyarnos a tomar mayor conciencia y prevenir situaciones de violencia o su escalada, con adecuados apoyos profesionales, pero eso no nos garantiza nada. El feminicida mata porque puede y porque amparó su idea de que puede toda una estructura que avala su sentido de derecho y propiedad y su convicción de la falta de consecuencias por la impunidad rampante. 


El empoderamiento y ser VALIENTES no funcionan aislados de políticas de igualdad, de combate a la pobreza, de recuperación del tejido social y de mantenimiento de espacios seguros, especializados e interdisciplinarios para la atención y protección a las víctimas. Prevención, atención, investigación, sanción. Tenemos una Ley clara y una política pública a la que despojaron de presupuesto y talento humano. No estamos inventando nada, exigimos que se materialicen las políticas que se han diseñado con una lucha de muchos años y sobre la base de estudios y evidencia científica.


Las armas las usan contra nosotras. Incluso en episodios de mujeres armadas ellas siempre terminaron mal. La mujer de la canción de Pedro Navaja, muerta. Valerie Solanas, en la cárcel. Hemos exigido desde las organizaciones, sin tibieza, la derogatoria del decreto de Lasso y el archivo de la ley de Baby Torres. Pero también exigimos que las mujeres que llegan al poder por la lucha del feminismo organizado y autónomo, no actúen en contra de nosotras. No porque tengan una obligación reforzada de no ser indolentes, por el hecho de ser mujeres, sino porque a ellas las usan los patriarcas de ejemplo de que sí podemos resistir sus violencias y que si no lo hacemos es nuestra culpa. 


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