Escrito en contexto político de excepción y en contexto personal de decepción. Pero con alegría y ritmo. Y un poco de rabia. O furia tierna, más bien.
"Las mujeres y los niños no solamente estamos unidos por la biología, sino también por la política, por una impotencia compartida."
Shulamith Firestone
Revisando estándares del derecho internacional humanitario, escrito en tiempos y para contextos de guerra, sobre protección a niñas y niños en disturbios y emergencias, siempre se habla de mujeres y guaguas como un binomio indisoluble. Se pide a las fuerzas del orden y a quienes se manifiestan que se abstengan de ejercer violencia sobre las mujeres y los niños por su especial vulnerabilidad. Quizás sí, desde un enfoque paternalista/machista galante de las mujeres y de la situación irregular de las guaguas, porque muchos son instrumentos anteriores a la Convención de los Derechos del Niño, que los considera autónomos y sujetos. Pero en ninguna parte de esos instrumentos se responsabiliza a las madres de los posibles peligros que puedan correr sus hijos e hijas, aun en la guerra, que es el peor escenario posible; como ahora quieren sugerirnos libertarios, femeninas no feministas y niñólogos que no se han revisado la misoginia en el contexto de la conmoción interna y el estado de excepción en que vivimos estos días.
Escribió Shulamith Firestone que “la condición de inferioridad [de mujeres y niños] quedaba mal disimulada bajo un artificial respeto. No se discutían asuntos serios ni se maldecía en su presencia; tampoco se les rebajaba abiertamente, sino a sus espaldas”. Por supuesto, mujeres, niñas y niños, eran víctimas indirectas del horror de las guerras y de las conmociones sociales, no consideradxs como sujetos activos de la protesta pública. Para resumir, mujeres y niñxs eran los primeros en subirse a los botes salvavidas antes de que se hunda el Titanic, en parte para preservar a los hombres el honor de inmolarse por “sus” mujeres y niñxs, porque no eran sino accesorios o excrecencias del orgullo vaquero del patriarca. Un costo de la masculinidad también discutible hoy día, porque el patriarcado impone a los varones (justo para no ser vistos como niños, mujeres o gays –varones de segunda-) una serie de sacrificios para mostrar continencia en tiempos de crisis, aun a costa de su propia seguridad y subsistencia.
En el avance de la comprensión de niñas, niños y adolescentes como sujetos plenos de derechos, que ha ido a la par de la emancipación de las mujeres, de las nuevas masculinidades y de la corresponsabilidad debida por los varones en el cuidado de la infancia, empiezan a surgir, entre las fisuras del rompecabezas, discursos nuevos de un patriarcado que siempre encuentra formas de robustecerse, aunque sea agarrado de los argumentos de la igualdad.
Inclusive en las medidas dictadas por las Juntas de protección de derechos, respecto de la participación de niñas, niños y adolescentes en las protestas, se exige a sus madres (y padres) evitar exponerles mientras se exhorta al estado evitar el uso de la fuerza en su presencia. Justo al revés de lo que se debería disponer. Se debe exigir al estado que se abstenga de usar la fuerza en presencia de niñas y niños para que sus madres y padres no tengan nada de qué protegerles. Quedan claras las prioridades políticas de ciertos discursos porque conviene dejar la integridad de las guaguas como asunto privado e individual y no como responsabilidad del estado el deber de abstenerse, en todo caso, de generar situaciones de peligro para las infancias.
En un mundo patriarcal parecerían más favorecedoras para las mujeres las viejas reglas del derecho internacional humanitario, escrito en tiempos de guerra. En el Guayas tuve el privilegio de hablar con Marcela Lagarde. Y ella dijo, sabiamente, que en lugar de esperar a la tercera guerra mundial asumamos que vivimos en guerra permanente contra las mujeres. Esa afirmación no es exagerada. Aun bajo el enfoque de vulnerabilidad y aunque el origen del cuidado sea esa condescendencia patriarcal, o velada percepción de inferioridad e invalidez sobre mujeres, niños y niñas; esas reglas son más amables y, por resultado, más garantes de derechos, que las de la ceguera de clase y de género que viene con el discurso “progresista” de “las mujeres Y LOS HOMBRES tienen que proteger a los niños y niñas de los ataques de los policías con gases”. Y no, el estado no debe gasear áreas donde existan niñxs. Punto.
Desde una visión intercultural, ya lo han dicho las propias mujeres indígenas y expertas en plurinacionalidad, en la visión comunitaria de las campesinas y la tradición de resistencia indígena frente a los embates del neoliberalismo, el patriarcado y la toma de territorios ancestrales; las mujeres han luchado y caminado exigiendo sus derechos inseparables de sus guaguas. ¿Cómo aplicar a las mujeres racializadas, empobrecidas, sin privilegios, o, con una visión totalmente diferente del apego, el cuidado y la sostenibilidad de la vida, criterios para las mujeres blanco mestizas, igualmente oprimidas por la idea de productividad y obligadas a alejarse de sus hijxs para ser admitidas en el campo laboral?
Ayer compartí en Twitter un sensible y hermoso artículo titulado “Hoy vi cómo es ser mama disidente y no acomodada” de Mabe Bonilla Vallejo (https://www.chakananews.com/hoy-vi-como-es-ser-mama-disidente-y-no-acomodada/)que en una frase revienta el corazón. La cito:
“Hoy cargué en mi espalda a los wawas de una de mis hermanas, mientras nos llenaban de gas. El enano alzaba sus manitas para que vean que vamos en paz. Hoy vi como es ser mamá disidente y no acomodada. Porque si no tienes el privilegio de comer ¿Cómo carajos vas a tener el privilegio de que alguien te cuide el wawa, mientras vos sales a exigir que no te quiten más la comida? Las mamas luchamos con lxs wawas encima, las mamas repartimos el pan pa` que alcance para todxs. Las mamas contamos cuentos, las mamas amamantamos a wawas que lo necesitan, las mamas nos llevamos a lxs wawas porque somos un solo cuerpo y corazón.”
La misoginia, racismo y clasismo que se han arrojado contra las mujeres indígenas por cargar a sus guaguas en las protestas se han hecho visibles en la serie de comentarios llenos de ciego privilegio que carecen totalmente de empatía. Compartí ese artículo con la “incendiaria” frase: “Las wawas expuestas a las bombas no lo son por responsabilidad de las mamas sino de los chapas” y recibí un montón de apoyo y un montón de quejas, que resumo y analizo así:
1. “Cómo pueden exponerlos, yo a mis hijes los tengo en casa y si no tengo con quien dejarlos no salgo a protestar”.(Mujer rubia, si no de clase alta, clasemediera, que quizás no tenga que luchar en las calles porque mañana no va a tener qué comer). Aquí falta, a todas luces, la empatía, y se traslada el lugar de enunciación individual para juzgar una situación de mujeres en condiciones absolutamente distintas, por idiosincrasia y por disfrute de oportunidades. Políticamente este discurso es conveniente al poder porque reduce al plano particular escenarios que podrían evitarse si el estado no ejerciese su fuerza y dejase la protesta pacífica transcurrir con garantías.
2. “Esto no es un tema de raza, pero hay salvajismo en exponer a los niños”. Discurso racista que no merece más comentarios.
3. “El estado no saca a los niños a protestar, las madres sí.”Bueno, acá hay un discurso interesado que busca tapar el sol con un dedo bajo el mismo pretexto de Ned Flanders que se pregunta ¿es que nadie va a pensar en los niños? Para justificar cualquier cosa.
4. “Es machista asumir que las madres no pueden separarse de los hijos, el deber de cuidado es de hombres y mujeres”.Esta frase es arma de doble filo. Tanto puede ser dicha por una feminista como por una femenina no feminista como por un varón antipatriarcal o un papito querendón por siempre. Depende mucho del contexto y la intención política su contenido. Es obvio que es machista asumir que el cuidado es responsabilidad exclusiva de las mujeres. Pero una cosa es el deber ser y otra, la realidad. Vuelvo al dato, una tercera parte de los hogares son comandados por mujeres sin pareja, son jefas de hogar. Gran parte de las mujeres en pareja tampoco tienen un compañero comprometido y responsable. Esa frase debe ser recordada a los mijines que evaden sus responsabilidades, no a las mujeres que crían como pueden y a quienes no se les paga ni reconoce porque es tarea “natural”, se les sobrecarga de trabajos domésticos y de cuidado y se les juzga ferozmente si fallan.
5. “MALDITAS LAS MADRES QUE NO CUIDAN Y EXPONEN A SUS HIJOS”, lo dice Alberto, cuyos últimos veinte tuits dicen “MUERAN DELINCUENTES MALDITOS INDIOS” contra el ancestral movimiento indígena, pero que, al mismo tiempo, da like a páginas porno. El superyó se le quedó en alguna parte, ah, tal vez para ponerse a predicar contra las mujeres a las que ve como pecadoras originales y por tanto, condenadas a pagar por ello, o como objetos sexuales. Es el tipo que puede llevar el mariachi con las rosas el ocho de marzo pero que no tiene empacho en agredir y golpear el resto del año. Lo siento por los ad hominempero en estos temas es importante el lugar de enunciación.
6. “En otros países las mujeres son encarceladas por exponer a sus hijos al peligro, o se les quita la custodia, acá hacen lo que les viene en gana”en otros países tanto las mujeres como los niños y las niñas gozan de más garantías, respeto, reconocimiento y también de derechos económicos, sociales y culturales. El deber objetivo de cuidado de niñas y niños debe ser también tamizado por las realidades de las mujeres. No es lo mismo ir a una “marcha blanca” o a una de “con mis hijos no te metas” desde una posición acomodada, utilizando a lxs guaguas para proselitismo político o religioso, como escudos o pretextos, que poner el cuerpo en la resistencia y en la lucha social con la guagua a cuestas, porque toca o porque no se concibe el cuerpo de la madre separado del cuerpo de la guagua.
7. “Están romantizando la negligencia”.No, nada romántico. La realidad es esa. Se podrá exigir a las madres que no carguen en ciertos sitios con sus guaguas cuando se les ofrezca a las guaguas entornos adecuados y a las madres facilidades para conciliar. El cuidado es deber del estado, la sociedad y las familias. No se puede exigir aquello para lo que no se crean condiciones. Simple. Y tampoco se puede imponer a las mujeres indígenas la visión de cuidado del mundo mestizo occidental, que tampoco es la más amable con la sostenibilidad de la vida.
Como siempre, la infancia es la vieja confiable para poner a las mujeres en el banquillo de acusados como las principales sospechosas de las vulneraciones de derechos de sus hijos e hijas. Ese es uno de los síntomas de la misoginia que bien tejida tenemos en las fibras. Ya he hablado en otros lados de la rapidez con la que se vuelve escandalosa la situación de vulneración de derechos de las infancias casualmente, cuando la madre es la responsable. No son noticia los padres ausentes de las crianzas de sus hijxs a menos que se trate de papás por siempre que se victimizan cual si fuesen “cajeros automáticos” porque se les impide acercarse a sus hijos e hijas generalmente por antecedentes de violencia. Tampoco son noticia viral las enormes brechas entre las necesidades de niños y niñas y su satisfacción por parte del estado y tampoco escandalizan tanto las cifras de explotación sexual, trabajo infantil, trata, desnutrición, suicidio y violencia, como el titular de una madre que descuidó a sus hijos por salir a bailar, que abandonó al bebé en una canasta, o que se dedica más al Facebook que a sus deberes de buena madre. O porque se fue con el “mozo”. Famosas son las canciones, que incluso jueces de la república sonríen al escuchar y que permean el imaginario popular como la del “impuesto al banano”, forma soez de llamar a las pensiones alimenticias que a juicio de sus deudores terminan financiando el cuarto de pollo o chaulafán que la pecadora le invita al amante, teniendo niños con hambre a quienes el dinero nunca llega, a costa del pobre ex. (Esto lo saco del vídeo de Iván Peralta, literal, acá el enlace para incrédulos https://www.youtube.com/watch?v=ni2jKjSovm8).
El relato de la “mamá luchona” y la “bendición”, fuente inagotable de memes, es otro de los síntomas de la misoginia y el irrespeto por la infancia en nuestras sociedades tropimedievales. Alguna vez dijo Nidya Pesántez en una charla “dime de quién te ríes y te diré quién tiene los indicadores más bajos de desarrollo”. Y es así. Las mujeres y los niños, en sociedades patriarcales y conservadoras, son odiados porque recuerdan el pecado original, están en la base de la pirámide social y sufren las mayores vulneraciones de derechos.
Es cierto que hay cifras importantes de maltrato de mujeres a niños y niñas, situación condenable, que se explica –que no justifica- por el patrón imperante que mantiene a las mujeres como casi las absolutas responsables del cuidado. Más de trescientas demandas diarias de alimentos (y quizás de paternidad) son el síntoma del abandono de los hogares por parte de un buen puñado de varones que no asumen responsabilidades. La lucha por la infancia tiene que comenzar por la lucha a favor de los derechos de las mujeres, sobre todo en sociedades donde todavía está marcados los roles de género. El avance de las mujeres es el avance de sus hijos e hijas. A más ingresos de las mujeres, mejores condiciones de alimentación, educación y salud de sus hijos e hijas. El dinero de las mujeres es invertido en las familias, el de los varones, no necesariamente. Esto lo dicen estudios serios, no mis prejuicios. Que esta realidad debe cambiar, por supuesto. Que está cambiando, afortunadamente sí. Pero no desde el prisma de una falsa igualdad entre hombres y mujeres que no existe. Para que tengamos el deber ser debemos comprender el ser.
Pasa exactamente igual con el discurso de criminalización social y jurídica del aborto por violación. En algún extraño momento se convirtió al feto en sujeto de derechos, cuando desde siempre había sido considerado inescindible de la vida que lo porta. Recién en lúcida conferencia, Angélica Porras nos iluminó con varias sentencias: la protección de la vida desde la concepción es un principio programático, no un “derecho del que está por nacer” y se refiere al deber del estado, la sociedad y la familia de proteger a las mujeres embarazadas. El feto es un bien jurídico protegido, no un sujeto de derechos. En algún punto las normas que protegían a las gestantes se convirtieron en el pretexto para criminalizarlas y presentarlas como asesinas de sus propios hijos. Falta de empatía enorme en contextos de violencia sexual, incesto, embarazo forzado, ausencia de políticas integrales de educación sexual y prevención y criminalización de las decisiones de las mujeres. Cuando la guagua nace, a los providas ya no les importa. Como tampoco les importa la madre, que frecuentemente también es guagua. Les importa el control sobre esa vida, la mujer como vasija o contenedor del estatus violento que quieren mantener.
Parece que a las mujeres nos beneficiaría más, hoy, y a nuestrxs guaguas, por defecto, revivir los estándares antiguos del derecho humanitario, para considerarnos una dupla inseparable, merecedora de especial protección, en la guerra de la vida. Si hoy se hundiera el Titanic ya no nos salvarían, porque hasta han desaparecido los gestos galantes del machismo coqueto, que se tornó en violenta misoginia “porque ya somos iguales”. Nos vamos volviendo sombras en el patriarcado global donde las tecnologías de la reproducción y las legislaciones ciegas al género pueden utilizarnos como vientres de alquiler para borrarnos del mapa una vez vendida la criatura que gestamos en nuestras barrigas.
Bajo el pretexto de robustecer la corresponsabilidad se duda incluso de la importancia del vínculo madre/hijo en los primeros meses y años con amenazas de proyectos de ley que decretan la custodia compartida impuesta o la “repartición de las doce semanas posteriores al parto para promover la corresponsabilidad de los varones y evitar la discriminación laboral de las mujeres”. Los modelos de crianza con apego, colecho y lactancia prolongada tampoco escapan a esta lógica. Imponen sutil e inconscientemente a las mujeres el deber exclusivo de no separarse de sus bebés, estándar difícil de cumplir cuando no hay pareja proveedora y no se puede dejar el trabajo para alimentar a la propia guagua.
Así, el binomio madre hijx, indivisible, sobre todo en los primeros años de la infancia, sigue resistiendo, sin tregua, a la guerra patriarcal que conceptualiza a las mujeres como las enemigas del producto de sus entrañas, para quitarles enormes responsabilidades a los padres, a los empresarios y al estado.
Las hermosas mujeres campesinas con sus guaguas nos recuerdan la maravilla de la vida y su amenaza y las razones por las que todavía vale la pena pelearse del mundo, resistir y sonreír. Ojalá tuviéramos todes la mitad de la dignidad y la valentía de esa dupla indisoluble, tierna y poderosa.
Una madre y su hijo conversan todas las tardes en el sector de María Auxiliadora. Cuenca. 2016. |
Me encantó la lucidez de tu argumento
ResponderEliminar👏👏👏💜
ResponderEliminarMe saco el sombrero, gracias por ver las circunstancias, como mujer y ecuatoriana. Ojalá lo lean en colegios , que ahora son mixtos. La ciudad necesita saber mas de esa pliralidad de nuestra propia gente. 10.
EliminarAnálisis critico y tierno a la vez.
ResponderEliminarMuchas gracias a todas por sus comentarios, me llenan de alegría.
ResponderEliminarMuchas gracias y muy orgullosa de ti, de tus argumentos y de tu construcción personal... El espectro en como tomas las situaciones catalizandolas a un excelente criterio.. no desista!
ResponderEliminarMuchas gracias qué bonito comentario. Pepita.
EliminarExcelente 👏👏👏
ResponderEliminarMuchas gracias.
EliminarQue increíble!! Mis respetos a la escritora, lo pone claro y sencillo. Y mi respeto para esas mujeres que valientemente son madres!
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