Ulises y Penélopes (de Samborondón)

Juguetes sexistas. Cuenca, 2020.

Los hombres salen a buscar comida exponiendo su vida, las mujeres se quedan en la cueva, seguras, administrando provisiones y cuidando a las crías. Hemos vuelto a lo básico y ¿saben qué? No es tan malo como nos hicieron creer, es más se siente hermoso y da mucha paz.”
Maluly Oliva
Barcelonista y feminista (light)

El discurso de la complementariedad de los sexos, más propio de urbanizaciones y ciudades satélites encerradas en Samborondón o en alguno de los valles quiteños, territorio reservado a los ricos para no tener mucho contacto con los pobres –sino en tanto su personal de servicio- ha roto redes sociales con el  comentario de una tuitera que idealiza como si se tratase de una novela de Corín Tellado (perdón, hermosa), el viejo modelo del hombre-cazador-proveedor y de la mujer recolectora-criadora, que espera en la cueva el regreso del héroe, cual Penélope que teje chambras para las crías mientras Ulises pelea con los cíclopes (COVID-19), que existe acaso en su medio social y económico y que el movimiento feminista no solo ha denunciado como una trampa –porque en la realidad no funciona tan bellamente- sino que casi, no existe. 

Vamos a cifras claves: Nuestro país tiene cerca de una cuarta parte de jefaturas de hogar femeninas y en Azuay, por el fenómeno migratorio, éstas ascienden al 30%. Como he dicho en otros lados, no significa que las mujeres lideremos nuestros hogares, sino que hay mujeres que los comandan emocional y económicamente, sin un compañero que haga su parte. Cifra número dos: los que llamo abortos masculinos. En el país tenemos cerca de 300 demandas diarias de alimentos, seguramente un buen porcentaje de ellas, también de paternidad. Los demandados son Ulises que no utilizaron condón y que no han querido, voluntariamente, reconocer a su prole y peor proveerle de alimento y de cueva a dichas crías. Cifra número tres: los divorcios. El Ecuador registra un número de divorcios sin precedentes. El fenómeno de los divorcios se ha incrementado en más del 200% en veinte años. Es decir, el modelo de “familia natural” que personajes como Elianita Cabrera pregonan (con sus nueve hijxs, su prestante marido y su economía boyante) no existe sino en ciertos casos. Cifra número cuatro: esta no la tenemos todavía (estado atender) pero tanto en Argentina como en Francia, se registra un 30% de aumento de las denuncias de violencia contra las mujeres en los hogares durante la cuarentena. En China, los casos se triplicaron con el encierro. Los agresores: la pareja, Ulises que agrede a Penélope porque es machista y porque puede. A la tuitera que añora el prehistórico modelo de amante pareja que se complementa, ilusionada, en el dualismo producción/reproducción y que se presenta como mujer reposo del guerrero, se le olvida que para siete de cada diez mujeres en este país, la violencia ha sido parte de sus vidas y que gran parte de ellas la vive cotidianamente, con verdadero terror. Eso no nos debe dar paz, nunca. 

Las familias en nuestro país están estructuradas de otras formas. Si llegamos a hacer en 2020 el censo, se verificará que el Ecuador de hoy es muy distinto al Ecuador de hace diez y veinte años. Que hay muchos hogares monoparentales, homoparentales, que la migración ha cambiado definitivamente las estructuras clásicas de las familias y que la masculinidad valiente que se idealiza es también una masculinidad tóxica, que impone a los hombres el costo de tener que ser los salvadores de sus hogares, a costa de su propia salud y riesgo. La evidencia científica señala que las mayores víctimas mortales del virus de marras son varones y las explicaciones pueden estar también en que sus hábitos de autocuidado son menos intensos, en que son quienes más fuman, un factor de riesgo para resistir la virulencia del mal y en que van menos al médico, porque es de hombres “aguantarse”. No es menos cierto que en muchos hogares por corresponsabilidad o porque no hay varones presentes, mujeres y hombres salen a hacer las compras de alimentos y medicinas y esto lo constatamos quienes hemos tenido que salir a supermercados y farmacias.

También es cierto que las labores domésticas y de cuidados siguen siendo realizadas sobre todo por mujeres y que las madres trabajadoras hoy enfrentan desafíos sin precedentes: tele-trabajo, asistencia de tareas escolares y tareas domésticas y de cuidados. En los sectores empobrecidos, son las mujeres quienes se ven más golpeadas, por la pobreza, el desempleo, la violencia, la ocupación en labores sanitarias y de limpieza en primera línea y la falta de participación en las decisiones políticas relacionadas con la gestión de la pandemia. Las familias de clase media tienden a prescindir de los servicios de las trabajadoras del hogar y una gran cantidad de mujeres que viven del día, de los servicios, de la venta en las calles, están sin ingresos.

El pedido es, lejos de idealizar los moldes estrictos de género, cuestionarlos. Que los varones deconstruyan su masculinidad como se la conoce. Las masculinidades hegemónicas imponen a los hombres modelos de conducta que les exponen a riesgos mayores. No es mentira que quienes más mueren por accidentes, homicidios, asesinatos y violencia son los varones. A manos de otros. Tres de las principales causas de muerte de los varones se vinculan al ejercicio de la masculinidad machista: en homicidios, por cada mujer mueren siete hombres. Por cada mujer mueren tres hombres en accidentes de tránsito. Por cirrosis hepática, más del doble de hombres que mujeres mueren, por el consumo de alcohol. El machismo mata.

También hemos visto cómo una cantidad importante de hombres ha descubierto la pesadez cotidiana de los quehaceres domésticos, que son infinitos. El desafío de hoy para los varones es implicarse más en las tareas domésticas y de cuidado que son cotidianas, largas, pesadas, húmedas, repetitivas, silenciosas, no traen elogios y se notan solamente si no se hacen. Ese es el desafío, más que arriesgar sus vidas. Científicamente no se sostiene esa apología al dualismo complementario cazador/recolectora, porque si el señor enferma, arriesga a su familia. Las prescripciones no cambian: distancia social, aislamiento, lavado de manos, no tocarse ojos, nariz y boca y desinfectar frecuentemente las superficies. Eso lo podemos y debemos hacer mujeres y hombres y también debemos demandar de los hombres que se impliquen en la crianza, que asistan a sus hijxs en las tareas, que cocinen, que barran, que laven los platos, que contengan y sean contenidos emocionalmente y que, en los casos en que se pueda, descubran la dimensión ciertamente bella –dentro del contexto de angustia puede haber belleza- de poder cuidar de la vida y dejarse rodear de los afectos del mundo de la casa, cuando no es ese escenario de terror que muchas veces sí, lamentablemente. 

Uno de cada cinco hombres no llega a cumplir los cincuenta años por riesgos asociados con la masculinidad machista. Por ese motivo, en la distribución de la población, las mujeres tenemos expectativa de vida más alta. Esto no quiere decir que vivamos mejor ni que nuestras vidas sean más dignas, pero sí tenemos existencias más largas y no por razones biológicas, sino asociadas con comportamientos culturales, determinados por los roles de género y los riesgos cotidianos a los que se exponen los varones. 

Aun en hogares donde funciona bien la complementariedad, la posibilidad del divorcio o de la muerte de Ulises deja a las mujeres divorciadas y viudas en una situación de precariedad total, al haber dedicado sus vidas al trabajo doméstico y de cuidados no remunerado y al no tener autonomía económica ni ingresos propios. No debemos olvidar que en la historia la figura de la viuda era objeto de la beneficencia pública, porque una mujer sola, con hijxs y sin marido, a menos que hubiese heredado fortuna de su familia de origen o del difunto, quedaba en una situación de precariedad realmente angustiante. La autonomía económica de las mujeres es esencial, con o sin virus.

Nos preocupa que haya tantas mujeres viviendo con sus agresores y que la convivencia prolongada sea un detonante de episodios de explosión violenta y preocupa que las pandemias tengan efectos diferenciados para mujeres y hombres. Las mujeres son la mayoría de los pobres del mundo y vamos a quedar más empobrecidas porque estamos en la base de la pirámide social. Las mujeres que amamos la vida, quienes también amamos a los varones porque hacen parte de nuestras vidas no vemos con ojos de ilusión que se expongan a riesgos y demandamos del estado políticas de salud pública y de la sociedad responsabilidad y conciencia para cumplir con las medidas de prevención. 

Idealizar un modelo caduco (que no existe); injusto (no igualitario); violento (que no cuida) da cuenta de lo profundamente interiorizados que tenemos los roles de género y del daño que ha hecho la cultura judeocristiana y patriarcal con sus superestructuras que edulcoran la violencia detrás de las desigualdades de género convirtiéndolas en un folletín romántico. Vale decir también que los riesgos a los que se expone a los varones en sociedades patriarcales, sin políticas de corresponsabilidad y de conciliación, son nefastos también para nosotras, porque somos seres interdependientes más que complementarios. 

Comentarios

  1. Que artículo más ridículo. Váyase a estudiar de nuevo por que no aprendió nada!

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  2. Apoyo el comentario anterior. Si no entiende en msj no lo intente explicar...no lo sabe hacer. Que pésimo artículo.

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  3. Tan caduco e inexistente es el modelo que describe, que ud nació de uno así. O tiene sólo mamá o es hija milagrosa de lesbianas?

    El machismo existe pero su discurso de odiocontra el hombre no lo resuelve. Fortalecer la familia natiral sí sería un aporte.

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