Mucho amor y mucho coraje: sobre Walter y Chavela

Mis amistades del corazón me han pedido un criterio sobre el documental “Mucho amor” de la vida de Walter Mercado, mi ídolo absoluto. Terminé de verlo (dos veces, una con mi mamá) y me conmoví hasta las lágrimas con la personalidad cautivadora del astro. No hablaré de la calidad del documental ni de la solidez del guion o de la fotografía, ni de si hizo, finalmente, justicia a la personalidad llena de matices de Walter. Más bien utilizo como pretexto el documental y la adoración por el ícono que ocupa la cúspide de la pirámide de mis amores castos/culposos, para hablar de otra cosa. Los algoritmos de Netflix, al finalizar mi viaje hacia la vida del astrólogo, me mostraron de inmediato el documental sobre Chavela Vargas, que nunca fue tan oportuno para presentarles este análisis, cuyo concepto surgió mientras tejía y observaba sentados en la sala a mis abuelxs de ochenta y siete y noventa y siete años. Ellxs son, de hecho, contemporáneos de Walter y Chavela, nacidos aquí, en otro país latinoamericano abatido por las desigualdades, el colonialismo, el machismo y el racismo.

Mis abuelxs han tenido vidas “normales” y cada uno, a su modo, ha vivido del arte. Mi abuelo como pintor y profesor de bellas artes y mi abuela como creadora de disfraces y fantasías. Es quizás esa herencia del gusto por lo fabuloso la que me lleva a admirar los escenarios, la creación, aquello de espiritual que tienen el ocio y la belleza que roza lo místico y también, lo sórdido. ¿Qué hubiera sido de mis abuelxs si les poseía no su propio espíritu, sino el de Chavela y Walter? Me pregunto. Y ahí empieza todo. Y me doy cuenta de que, de quienes hablo, aparte de grandes artistas y consagrados íconos de la cultura pop iberoamericana (tanto de la “alta” como de la “popular”) son un héroe y una heroína. Un héroe con capa y una heroína con poncho que a lo mejor en vida ni se hubieran llevado bien, pero que tienen en común haber sido peculiares, con altos costos y grandes aciertos para que las disidencias millennials se permitan hoy hacerles memes y asumir su identidad sexual cada vez con menos escándalo, aunque persistan las huellas dolorosas de la discriminación y el estigma.

Este encuentro de ídolxs del siglo XX, que alcanzaron a rozar los albores del XXI ya completamente canonizados no fue casual. Me recordó al análisis que trabajé alguna vez de Fun Home de Alison Bechdel, esa historia descarnada que a través de la novela (autobio)gráfica relata, por contraste, las trayectorias vitales, las coincidencias y los desencuentros de un padre y una hija: él ateniense, ella espartana, él un esteta, ella utilitarista, él victoriano y ella, moderna, él artista frustrado, ella artista, él “mariquita” y ella, “marimacho”.

Walter y Chavela vivieron historias paralelas, iguales en tanto disidentes sexuales y complementarias por el espectro del género, opuesto, al que representaron. En términos de las convenciones sociales, la feminidad que le sobró a Walter le faltó a Chavela y la portentosa virilidad de ella le faltó al delicado divo. Ambxs fueron ridiculizados por sus expresiones de género disruptivas y ambos fueron famosos y amados por el público y no por su identidad sexual sino a pesar de ella. Espíritus cosmopolitas y atemporales de un origen geográfico conservador y moralista, rompieron con el ocultamiento, la vergüenza sexual y la asimilación de la mayoría de sus contemporáneos gays y lesbianas. Walter porque su propia apariencia era ya un atentado a la heteronorma –fue el primer personaje de televisión que usó, sin dar explicaciones, maquillaje femenino- y Chavela por lo mismo –fue la primera mujer que usó pantalones en público, en los años cuarenta y cincuenta- y por su repertorio de parejas femeninas, secreto a voces.

El objetivo de este escrito es analizar las semejanzas y diferencias de las trayectorias de Walter y Chavela y así, destacar la importancia política, afectiva y estética de la visibilidad LGBTI como legado intergeneracional pero su costo individual y emocional para estos pionerxs y el papel del arte y el espectáculo como excusas, clósets de cristal y espacios de impunidad de las disidencias. Así, pongo en cuestión el mito de la sensibilidad y creatividad gay que ha funcionado, más bien, para confundir la notoriedad de ciertxs sujetos queer extraordinarios con un modo esencialista de ser homosexual o lesbiana y destaco la importancia política del arte como primer espacio menos controlado por la heteronorma, que, con el pretexto de lo teatral, les permitió ser ellos mismos, escapando a la invisibilidad de la mayoría de personas sexogénero diversas que existieron siempre, pero vivieron vidas esperadas en las jaulas de matrimonios, sospechosas solterías maduras de apariencia casta o refugiadas en iglesias y conventos, en total represión, la propia y la del resto. Así, abrieron caminos para las nuevas generaciones. Chavela y Walter no tenían un personaje de televisión o de presentaciones musicales. Eran su personaje. Simplemente, en el escenario se les permitió y no necesariamente en otra parte, actuar el teatro de la plasticidad del género, sin castigo social. Por el contrario, les llovieron aplausos.

Encontré varias similitudes y contrastes entre el astrólogo y la cantante: disidentes del canon heteronormativo (Walter por ser percibido como tal y por su performance femenino y Chavela por haber sido, desde pequeña, “machona” y por reconocerse más tarde públicamente como lesbiana) artistas, con infancias peculiares, de países pequeños, con sendos exilios que en los que hallaron la fama y la acogida de la sociedad y del gran público, con carreras quebradas de manera trágica, que devino en retiro temprano, de vidas largas, entre calmadas y azarosas, regresos triunfales a los escenarios más anhelados por ellos y despedidas apoteósicas, a la altura de sus mitos.

Infancias

Walter fue, desde pequeño, venerado en su pueblo, según el documental. No sería extraño que en el rural Puerto Rico de inicios del siglo XX haya llamado la atención su apariencia de niño delicado y frágil. Sin embargo, sus atribuidos poderes sanadores le dieron, aun párvulo, cierta licencia para vivir su diferencia. En otro lugar he dicho[1] que recuerdo con nitidez la paradigmática entrevista de Mercado con Cristina Saralegui en la que contó que de niño tartamudeaba. Conociendo, aun entrado el siglo XXI, que subsiste la crueldad de los prejuicios homofóbicos en las escuelas y los ambientes familiares, seguramente un siglo atrás Walter atravesó dificultades indecibles para expresarse e hizo de esa vulnerabilidad su fortaleza, con las máscaras que tenemos todos.

Para Walter esa máscara fue el espectáculo: la vida artística, el baile, la actuación, el disfraz, el brillo y la necesidad de agradar, ser el centro de atención, ganarse la adoración de su público; y la astrología para prodigar esperanzas e ilusiones a la gente de vidas difíciles y empobrecidas, con el fin de tener un lugar entrañable en sus corazones, ofreciendo la ilusión de días mejores y la creencia en el poder personal. A Walter nunca se le vio amargo, más bien siempre optimista, su dulzura se complementaba con una tierna ingenuidad y una propensión a ilusionarse por el brillo de las lentejuelas, los destellos de las piedras preciosas y la fragancia de las flores y los perfumes; hecho que más tarde le llevaría a la ruina, por amar y confiar en las personas equivocadas que se aprovecharon de esa entrañable frivolidad para traicionarlo.

Chavela, en cambio, fue desde pequeña despreciada por sus padres y en su comunidad, hasta por el párroco de la iglesia, que le impidió entrar al templo. Parecería que una niña hombruna causaba más escozor que un niño afectado. Ya se veía lo diferente que era. Esta pequeña “marimacha” no tenía cabida alguna en Costa Rica, conventual y conservadora. Fue abandonada por sus padres divorciados y criada por tíos. La amargura de la herida del rechazo familiar nunca la dejaría. Por eso, muy joven, decidió viajar a México para cantar. A pesar de que en los inicios de su carrera se “disfrazó de mujer” (así como Walter desempeñó varios papeles de galán masculino de telenovelas en los inicios de su carrera), el éxito artístico de Vargas ascendió de inmediato cuando fue más ella misma. Se vestía como hombre en los escenarios y esos escenarios fueron su espacio de impunidad: sus cuartos propios. En el mismo documental se explica que entonces sí le era permitido manifestar su rudeza como una actitud artística, pero no como una forma de vida fuera de las tablas.

Amores

Mientras Walter compartía con celebridades de la diáspora caribeña en Estados Unidos, perfumistas, diseñadores de joyas y de capas y sus adoradas sobrinas, Chavela se emborrachaba hasta perder la conciencia, tras días de fiesta, con José Alfredo Jiménez y otros artistas en cantinas, a puro tequila. Le tomaría varios años conseguir respeto como cantante y para eso recibió el apoyo de mujeres que la amaron y la protegieron pero que también sufrieron sus arrebatos de ira, su vida disoluta y sus profundas depresiones. Las conquistas de Chavela son leyenda. Frida Kahlo, Ava Gardner y esposas de prestantes políticos se encuentran en su lista de amantes. Era una mujer muy seductora que coleccionó amores fugaces y una compañera de vida que se separó de ella por su carácter explosivo. En el fondo, la cantante se sentía sola y decía de su soledad que era el costo de ser libre.

Por contraste, de Walter se dice que habría tenido una relación en su juventud, que terminó con la muerte de su novia y en los noventa sonó un romance con la brasileña Mariette Detotto sobre el que nada se dice en el documental. Incluso hay alusiones a la supuesta asexualidad de Walter, rumores sobre su relación con su fiel mayordomo y asistente, que estoy convencida de que es falsa, y la historia de su encandilamiento con el malvado Bill Bakula que lo convirtió en una estrella y que se ganó su cariño y confianza con detalles exquisitos como decorar las habitaciones de hoteles de lujo con ramos de rosas blancas y ofrecerle caviar en lugar de arroz con frijoles. Este “demonio”, años más tarde, le arruinó la vida. También sigue latente la pregunta de rigor sobre si es o no homosexual, a la que Walter nunca responde de manera concluyente. Todas estas conjeturas son contradictorias y mantienen vivo el interés por su verdadera identidad sexual, a pesar de que el astro no evade la pregunta sobre ella y confunde con gracia y soltura a sus entrevistadores al responder que su atracción erótica es por la vida, la naturaleza y cada uno de sus objetos. Así, lo que para muchos es evidente, sigue siendo un absoluto misterio y se presume su celibato, aun hoy, aunque muchos se sientan tentados por la tesis de que lo que se ve no se pregunta. Sin embargo, Walter es un ícono de las comunidades LGBTI latinas porque fue, para muchos, el primer sujeto no binario visible en la vida cotidiana, por madres y abuelitas que tenían en una mano el rosario y en otra las predicciones, signo por signo, de Mercado.

Asimismo, las lesbianas de todo el mundo reconocen en Chavela Vargas un referente identitario importante y sus canciones desgarradas con voz aguardientosa, son indispensables en el repertorio musical del exilio, el desamor y la rabia existencial. Chavela fue, hasta los noventa, reacia a hablar abiertamente de su orientación sexual, aunque jamás la ocultó. Eran sus parejas, muchas, quienes preferían guardar el anonimato. Sin embargo, ya en el nuevo milenio, alzó la voz varias veces, con el discurso de las etiquetas innecesarias superado y dijo públicamente que una persona homosexual puede ser tan digna como cualquier otra. Su vida misma estuvo implícitamente dedicada a la lucha por los derechos humanos, el primero, el derecho a ser ella misma, el segundo, el derecho a su libertad. Su amor por las mujeres no fue solamente sexual, sino una posición política. Destacó la suerte de haber nacido mujer y su especial admiración por el mundo femenino y por la fortaleza y ternura de las mujeres.

Máscaras

Mientras Walter prodigaba amor a raudales a través de sus predicciones zodiacales y sus consejos para elevar la energía y atraer el dinero, la salud y el amor y lucía afable, sereno y divertido; Chavela fue muriendo, poco a poco, en cada una de sus presentaciones. Su vida rota por el dolor fue de mucha rabia. Ella misma asume que sus traumas infantiles nunca la abandonaron y que el coraje fue su motor para cantar. En este punto nuestras figuras son del todo contrastantes porque sus mecanismos emocionales de expresión y relación y sus formas de presentarse ante el público y ser amados por él difieren del todo, pero se complementan, en tanto espectros de conductas atribuidas socialmente a mujeres y a hombres, que, en ellos, se invierten. Mientras se asume que el amor es el cautiverio principal de las mujeres latinoamericanas, el coraje es la emoción que prevalece en los varones patriarcales. Acaso la faceta negativa de la mezcla de lo que se concibe en una sociedad patriarcal como “amor” –el que todo lo sufre y lo puede- y como “coraje” cuya liberación irracional sobre cuerpos subalternos está justificada socialmente y se llama violencia, contrasta con la dimensión enriquecedora que también tienen el amor y el coraje, como motores de la creatividad y la expansión vital. En Walter y Chavela, amor y coraje, respectivamente, fueron disparadores de creatividad y formas de vida y también mecanismos de defensa para cubrir el dolor.

Exilios

Ambos fueron rebeldes. Ambos rompieron estereotipos. A ambos se les reconoce como pioneros en poner el cuerpo y afrontar con rebeldía las convenciones. Ambos fueron amados y discriminados, pero nunca pasaron desapercibidos. Ambos tuvieron que huir de sus lugares natales, para ser. Chavela no hallaría la felicidad en Costa Rica, pero tampoco en México, luego de cuarenta años de una carrera a medias, que no supo gestionar por el rechazo y por su adicción al alcohol que le dio mala fama y terminó con su vida artística de entonces. Viviría muchos años después, un segundo exilio a España, cobijada por el círculo contracultural de la movida madrileña y el amor de Almodóvar, Bosé y Martirio, -solo por anotar los nombres célebres-. Fue mucho más libre y, ya muy vieja, rozó la fama mundial. Descubrió que en Europa no importaba que fuera lesbiana y podía vivir en libertad.

Como apunta Didier Eribon, la emigración/inmigración a la gran ciudad ha sido algo crucial en la vida de muchos adolescentes y jóvenes gays en busca del anonimato y la libertad en grandes urbes. Walter tuvo que dejar Puerto Rico, aunque una amorosa familia de sobrinas y fieles empleadxs fue su red de apoyo en la isla. Había alcanzado la cúspide de la fama en la televisión de Miami para el mundo de habla hispana y pudo desplegar todo su brillo, lejos de los lazos familiares. Su red de psíquicos que ofrecían consultas en línea llegó a 4000. Sus horóscopos estaban en periódicos y revistas. Su presencia televisiva era la compañía diaria de los hogares de Latinoamérica y su diáspora. Entre sus amistades personales estuvieron políticos importantes, Gloria y Emilio Estefan y Julio Iglesias. Hasta inicios de 2000 su fama mundial parecía imparable. A raíz del contrato leonino que firmó, engañado, con Bill Bakula, tuvo que regresar a Puerto Rico, derrotado. Años de ostracismo siguieron a la caída del astro. De Chavela Vargas y de Walter Mercado se pensó que estaban muertos. Desaparecieron casi sin dar explicaciones al público. Solo ellos conocían los motivos de su retiro.

Regresos

El concierto de Chavela en Bellas Artes, lugar que le fue negado por muchos años en México por considerar sus actuaciones más adecuadas para una cantina, en sus últimos años –no fueron suficientes los teatros más famosos de Madrid y París, Chavela tenía que actuar, cómo no, en Bellas Artes- fue quizás el hito más emotivo de toda su carrera, ya convertida en una leyenda. Del mismo modo, la exposición en el Museo de Miami de Walter donde se exhibió el despliegue ornamental que le caracterizó desde siempre, hasta en los objetos más pequeños, como anillos, amuletos o cartas, fotografías de infancia y espectaculares capas, fue el momento “más feliz de mi vida”, en sus palabras. Ambos episodios tuvieron el valor simbólico de lo reivindicativo: “volvieron a casa”; no a la materna, sino al lugar que los acogió en un inicio, pero en donde experimentarían el auge y la caída de sus facetas artísticas. Estos homenajes fueron fundamentales para hacer las paces con estos países y constatar, ya en la senectud, su legado universal y el cariño de su público que para ambos era el tesoro más apreciado.

Retiros

El alcoholismo sería a Chavela lo que la ingenuidad a Walter: motivo de ruina y maestro vital. Chavela perdió trabajo y amistades por el alcohol e incluso vivió relaciones apasionadas y de violencia, agravadas por su adicción. En cambio, Walter, adicto a su propia belleza, convencido de encarnar a Dorian Gray, fue despojado varios años de aquello que más valoraba: él mismo. Perdió sus derechos de propiedad sobre su nombre, convertido en marca, por el exceso de confianza en su entonces mánager, y se vio obligado a retirarse de la televisión y recluirse en su magnífica casa de Puerto Rico, aquel lugar idílico, pero retirado, con una decoración interior que expresaba y afectaba su identidad sofisticada, cursi y espiritual. Walter fue cuidado, hasta el fin de sus días, por su asistente personal, sus sobrinas, su fiel secretaria, rodeado de muñecas, abalorios, esencias y piedras. Chavela, en cambio, de espíritu libre, vivió sus últimos años en Tepoztlán, en una bellísima quinta rural cedida por una amiga que, a modo de caja de cristal, estaba casi solo decorada por la impresionante vista del cerro Chalchihuite. 

Cierre
Las vidas de Walter Mercado y Chavela Vargas, retratadas en sendos documentales estuvieron marcadas profundamente por la peculiaridad de su identidad sexual. A pesar de ella su indudable talento les permitió, en un espacio no controlado tan rígidamente por las reglas del género, como las artes escénicas, convertirse en leyendas para el gran público y en indiscutibles referentes identitarios de las juventudes lesbianas, gays y trans. Sus biografías fueron difíciles porque añadieron a la precariedad económica y los abusos de representantes que sufren muchos artistas, el peso del castigo familiar y social de la disidencia. Walter se refugió en el amor y Chavela en el coraje, para ocultar un dolor personal y político, compartido por quienes no encajan en sociedades normadas y binarias. Retirados por muchos años, vidas largas les permitieron amplios espacios de recogimiento para regresar, triunfales, a sus públicos, ya universales. Sus homenajes en vida fueron justas recompensas. Sin saberlo, Walter y Chavela hicieron mucho por la autonomía emocional y la visibilidad de las personas LGBTI, desde el arte, no sin sacrificio, pero con valentía y con la defensa a ultranza de su derecho a existir y a ser ellxs. El arte les permitió llegar a las masas y convertirse en referentes identitarios para generaciones de personas, sin nunca provocar la indiferencia. Sus emotivos funerales son hoy fechas patrias. Ambos son , a su modo, ya eternos y estelares.


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