Las lavadoras de ropa han marcado un antes y un después en la vida de
billones de mujeres. Alguna vez escuché que de siete billones de
habitantes sólo dos tienen una lavadora. Esto significa que millones de mujeres
en el mundo todavía lavan y cuidan la ropa a mano.[2]
Las comunidades rurales en el alto Éufrates sirio lavan la ropa con bastante
frecuencia, no lavan en el río ni hay lavadero público sino que lavan la ropa
en las barcas de hierro, con agua hirviendo, escamas de jabón y un poco de
albahaca. La dejan un rato en el agua, a fuego lento y removiéndola con un
palo. A continuación la aclaran con agua caliente y finalmente la sumergen un
rato en agua fría[3].
Un recuerdo recurrente de mi infancia es el de las mujeres campesinas
de Cuenca, mi ciudad, lavando la ropa en el río Tomebamba. Era una estampa
clásica de la ciudad, casi una postal turística, hasta los años noventa. Mujeres
ataviadas con coloridas “polleras” traje típico de la “chola cuencana”, con sus
sombreros y con la ropa de colores tendida en el río, acompañadas de sus
pequeñas hijas que les ayudaban en la tarea. Lavaban ajeno o propio, en el agua
helada. Hoy casi no se las ve, se han popularizado las lavanderías públicas,
con máquinas.
Durante muchos años mi mamá lavó a mano la ropa de toda la familia,
cada sábado. Solía poner música, recogerse el pelo en un moño y ponerse un
delantal para no mojarse. A veces mis hermanas y yo le acompañábamos y apartábamos
nuestras ropas en pequeños montones en las esquinas. La sensación de la espuma
era muy agradable, así como el agua que aclaraba la ropa, exprimirla y tenderla
al sol, con pinzas.
En último año de derecho, en una asignatura llamada Medicina Legal,
aprendimos los signos de muertes violentas en los cadáveres. En la muerte por
sumersión las “manos de lavandera” son signos de maceración cutánea por
permanencia del cuerpo en el medio líquido. Pedro Lemebel se refiere a su
madre, Violeta, de quien toma el apellido para hacerle honor como “una madre de
manos tajeadas por el cloro, envejecidas de limpieza”. Y pienso en mi abuela
paterna, que nos contaba que mi papá, que usa terno y corbata, siempre se
sintió a gusto con la formalidad. Su primer recuerdo de él es el de una quebrada de la Asunción, en Girón, donde lavaba y tendía sus pequeñas camisas en las orillas, para que
se sequen con el sol. Las mujeres lavaban la ropa en el río porque no había
agua corriente en todas las casas. En los conventillos, las mujeres disponían
de un solo lavadero de ropa, con lo cual debían turnarse para este trabajo. Los
desencuentros y peleas eran frecuentes. En los conventillos y en las orillas de
los ríos, el lavado de ropa también es un espacio de encuentro de mujeres, para
conversar sobre sus penas y alegrías.
La feminización del lavado de ropa se deriva de la división sexual del
trabajo. Para Bourdieu:
(…)a las mujeres, al estar situadas en el campo
de lo interno, de lo húmedo, de abajo, de la curva y de lo continuo, se les
adjudican todos los trabajos domésticos, es decir, privados y ocultos, prácticamente
invisibles o vergonzosos, como el cuidado de los niños y de los animales, así como
todas las tareas exteriores que les son asignadas por la razón mítica, o sea,
las relacionadas con el agua, con la hierba, con lo verde (como la escardadura y
la jardinería), con la leche, con la madera, y muy especialmente los más sucios,
los más monótonos y los más humildes.[4]
En pleno siglo XXI la brecha de género en el lavado de ropa, persiste.
En mi país, Ecuador, las mujeres destinan en promedio cuatro veces más tiempo
al trabajo no remunerado que los hombres. La mayor diferencia se observa en el
área rural, donde las mujeres trabajan en promedio 25:33 horas a la semana más
que los hombres.[5] Mientras
en las tareas domésticas las mujeres invierten 24 horas, los hombres invierten
apenas seis, en la semana. Esta situación no es diferente en España, donde las
mujeres españolas llevan a cabo más del 90% de las tareas de lavado y planchado
de ropa en sus hogares.[6]
Aún hay millones de mujeres
que lavan ropa en el río, en el arroyo, en un patio con lavador de piedra
compartido y que lavan ajeno, a mano. La lavadora sigue fijando un antes y un
después en la vida de billones de mujeres. Ahorra tiempo de lavado, pero no produce
una redistribución igualitaria de todos los trabajos domésticos y de cuidado.
El lavado de ropa se mira también como expresión de amor o como pago, con el
cuerpo, a cambio de supervivencia. Es la actividad lenta y cotidiana de la
madre cuidadora o de mujeres campesinas, indígenas y afrodescendientes que lo
hacen en casas ajenas para ganarse la vida, por unos pocos dólares. No es una
actividad, como la cocina, que merezca lucirse, por eso en ella incurren menos
los varones. Sólo se nota cuando no se hace.
Este 8 de Marzo, en el paro
internacional de las mujeres, se exigirá la corresponsabilidad en el trabajo
doméstico y de cuidados en los hogares. También se reivindicará el cuidado como
centro de preocupación de las políticas y el valor del trabajo reproductivo,
incluido el doméstico, en la sostenibilidad de la vida.
[2] La limpieza y cuidado de ropa y calzado en las encuestas del Uso del
Tiempo incluye actividades como lavar, tender y/o secar la ropa (a mano o con
máquina) y constituye, en todo el mundo, una actividad feminizada. Comprende el
lavado a mano en lavadero, cubeta, piedra, etc.; acudir a lavar a lavaderos
públicos, río, arroyo o en lavandería; poner a remojar la ropa, la carga y descarga
de la lavadora; el lavado de prendas de vestir, y otros textiles; clasificar la
ropa para lavarla y el tiempo de poner o quitar la ropa del tendedero. Además
se incluyen el separar y acomodar la ropa para plancharla, el planchado de la
ropa, así como el doblar, clasificar y/o guardar la ropa limpia y/o planchada.
También abarca actividades de reparación y arreglos menores de ropa y textiles
como el cambio de cierres, poner parches, subir dobladillos, coser botones,
etc. (CEPAL, Clasificación de actividades de Uso del Tiempo para América Latina
y el Caribe, 2016, p. 24, disponible en:
[3] Ingrid Bejarano Escanilla, “La mujer de las comunidades
rurales en el alto Éufrates Sirio”, en Fátima Roldán Castro, editora, La mujer musulmana en la historia,
Universidad de Huelva Publicaciones, 2007, p. 32.
[4] Pierre Bourdieau,
La dominación masculina, Barcelona, Anagrama, 2000, p. 43.
[5] INEC, (Instituto Nacional de Estadísticas y Censos,
Ecuador), Encuesta específica de Uso del Tiempo, 2012, disponible en:
http://www.ecuadorencifras.gob.ec/documentos/web-inec/Uso_Tiempo/Presentacion_%20Principales_Resultados.pdf
[6] (Encuesta del Uso del Tiempo 2009-2010;
Conde-Ruiz y Marra de Artiñano, 2016)
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