Del seis de enero al veintiocho de junio, o de cómo Cuenca celebró su primera marcha del Orgullo LGBTI

La conservadora Cuenca fue escenario, este pasado viernes, del Primer Desfile del Orgullo LGBTI en su historia. Este día es memorable en el campo de la lucha por el reconocimiento de derechos. Tuve el gusto enorme de participar de esta celebración, llena de alegría y de colores, llena de reivindicaciones, de sueños, de denuncia y de dignidad. La Red LGBTI del Azuay, donde están agrupados varios colectivos de activistas que defienden sus derechos (Verde Equilibrante, Cuenca Inclusiva, Las Raras, Cuenca Rosa, Independientes y Rainbow Community), preparó con mucha dedicación esta manifestación ciudadana, que reunió a más de doscientas personas, en un despliegue de caminantes, carros alegóricos, danzas, globos, banderas de colores y consignas.
Recuerdo que hace tres años estuve presente en el primer plantón que se hizo públicamente en el Día del Orgullo LGBTI, en la Plaza de la Merced. Entonces no se hacían marchas, porque éramos contadas las personas asistentes que unas tímidamente y otras con decidida alegría, nos agrupamos para conmemorar esta festividad mundial, cuyo origen doloroso muestra que ante la adversidad, la alegría es la mejor forma de resistencia. Estuvimos pocas personas, en un ambiente casi íntimo, de apropiación incipiente del espacio público. Recuerdo que ese día las y los activistas lanzaron globos de todos los colores y en el momento en el que llegué a mi casa, ya muy tarde, encontré uno de esos globos consumido en la terraza de mi casa. Ese día fue definitivo, porque marcó en mis compromisos personales y políticos, la inspiración del trabajo en un tema que todavía genera miedo y prejuicio, el de la diversidad sexual.
Desde ahí, en los años sucesivos,  más personas se han ido sumando a esta manifestación por la vida y los derechos humanos. Mucha gente se resiste a acompañar esta celebración, por el miedo de ser identificados/as como LGBTI, sin embargo, con cada entrega, la ciudadanía en su diversidad y complejidad se va comprometiendo y cada vez es menor el prejuicio en muchas/os, sobre todo en las jóvenes generaciones, que no solamente apoyan de frente y sin miedo la lucha, sino asumen públicamente su condición y reivindican para sí estéticas particulares, alejadas de las lógicas binarias y de las rigideces corporales que encasillan lo masculino y lo femenino. Cuerpos del medio van apareciendo, en ejercicio decidido del derecho a la libertad estética, que va más allá de una expresión de género y se convierte en una filosofía de vida, en una provocación caminante. Algunxs militan a través de su imagen, otras y otros con sus ideas y mensajes, impresos en carteles reciclados, donde se trata de sensibilizar a la sociedad sobre la importancia del respeto y la inclusión. Lejos quedan los discursos que piden “tolerancia”, palabra con la que muchas veces se trata de disimular la homofobia.
Recuerdo también, que fue un Día del Orgullo aquel que motivó en Cuenca mayor incidencia de parte de las y los activistas, que eran poquitxs entonces, gente muy querida y muy valiente, que era y no era de Cuenca, pero que compartía y comparte la indignación de una sociedad conservadora y cruel ante la evidencia que mueve la lucha. Un comentario de carácter homofóbico y moralista, que se emitió desde una página institucional, fue el detonante para que se organizaran las y los compañeros, por la dignidad y el reconocimiento del pleno ejercicio de sus derechos, como seres humanos.
Desde ahí, y gracias a las semillas del 97 -cuando en Cuenca se originó el movimiento de despenalización de la homosexualidad, con el liderazgo de LGBTI que no tuvieron miedo de denunciar públicamente las vulneraciones de sus derechos y de artistas, feministas, activistas de derechos humanos que lxs acompañaron- muchas personas comenzaron a sumarse. El proceso ha sido cada vez más rápido, pero no exento de dolor, no exento de lágrimas, no exento de esa sensación que es a ratos como darse con la piedra en los dientes. A veces, dentro de nuestros círculos de confianza sentimos que la Cuenca mariana y conventual, se internacionaliza, se moderniza, se abre a las manifestaciones históricas y eternas, pero incomprendidas, de la complejidad humana. Pero al salir de esa zona de confianza, el mundo se muestra cruel, “la gente es mala y no merece” y parece que faltan siglos para llegar al espíritu del XXI.
En este tiempo he conocido historias de vida marcadas por el dolor y la angustia, pero también por una esperanza inmensa, y por lo que me parece más valioso todavía, cuando nuestros espíritus andinos parecen ser de siempre tristes y melancólicos, como el frío mismo de Cuenca: la alegría. Esa simpatía de los colores del arcoíris, esa cultura del brillo, de la lentejuela, de la extravagancia, de la pluma, de la bohemia, de la escarcha, del histrionismo y del dramatismo llevados irónicamente a escandalizar a una sociedad que no se reconoce como enferma cuando vulnera tantos derechos, pero que se sonroja ante expresiones de identidad y de afecto, tan antiguas como la humanidad misma.
En esas conversaciones interminables, donde tantas almas me contaron sus experiencias –y no en secreto, porque los secretos son un rezago muy mojigato, como de susurro para ocultar la vergüenza y que nadie se entere- y me dijeron que Cuenca siempre ha tenido esa doble moral e hipocresía que en otros lados dicen que nos caracterizan, porque la diversidad sexual siempre estuvo ahí, en puntos de encuentro muchas veces más públicos que los de la misma población “heterosexual”. Sin embargo, la expresión manifiesta y abierta del afecto homosexual o de la estética trans, fueron siempre mal vistas, excepto en fechas especiales. Para muchos/as travestis, trans, lesbianas y homosexuales, el Día de los Inocentes era la única fecha en la que podían salir con sus “disfraces” a la calle, públicamente, burlando a la policía que no los podía detener por escándalo público, según las interpretaciones de la época. –A veces hago un minuto de silencio por tantas personas trans o travestis que talvez solo pudieron serlo públicamente como viudas o colegialas, un treinta y uno de diciembre o un seis de enero-.
El desfile del Orgullo LGBTI en Cuenca, para mí es histórico. Histórico porque precisamente la dimensión más polémica y de más difícil aceptación social, es la expresión de la diferencia de la norma heterosexista en público. Seguramente muchas/os habrán oído frases como “todo bien con los homosexuales, allá ellos”, “mientras no me toquen que vivan su vida”, “que se vayan a vivir a su propio país”. No es demasiado complicado comprender que las personas somos de construcciones de muchos años y que para muchxs será muy difícil asumir con naturalidad estas demostraciones. Sin embargo, ocultar la realidad o reducirla como sociedad al ámbito de la clandestinidad, el pecado, la enfermedad o el delito, no puede ser admisible en un estado de derechos.
Por años de represión, marcharon el viernes gays, lesbianas, bisexuales, travestis, trans masculinos y femeninas, heterosexuales que sin vergüenza ni temores apoyan el reconocimiento de los mismos derechos para todos los amores y seres, putas, feministas, reinas trans, estudiantes, activistas, gringas y gringos y una paleta de humanidades comprometidas.
El 28 de junio es un día de resistencia frente a la pesadez de la costumbre, que guarda las formas políticamente correctas, en detrimento de proyectos de vida. Es un día de felicidad pero de esa felicidad que viene de desafiar a la tristeza cuando ya ha sido mucha. Es una fecha para recordar a las personas que fueron obligadas a vivir en un cuerpo que no les pertenecía, o cuyos cuerpos fueron mutilados para cumplir con la norma, que se consideraron enfermas, negadas por sus familias, orilladas a viajar fuera de la ciudad o del país para vivir en paz su vida, pegadas, insultadas, despreciadas, mandadas de sus casas, vilipendiadas, intervenidas corporalmente en condiciones precarias que las llevaron a la muerte, por adecuar sus cuerpos a su identidad, expulsadas de sus colegios, despedidas de sus trabajos, recluidas en cárceles, sanatorios o clínicas de “rehabilitación”, reprimidas, violadas, violentadas y asesinadas. Y es la oportunidad de contribuir cada uno/a con un grano de arena para que mañana esto no pase, o al menos, no permitirlo en nuestros entornos.
Este día del Orgullo LGBTI coincide con la aprobación en Estados Unidos de una ley que obliga a todos los estados a reconocer el matrimonio igualitario. Volviendo a Ecuador y volviendo al frío de Cuenca, aún estamos lejos de una plena igualdad en derechos para las parejas del mismo sexo. Tenemos talvez la única constitución que prohíbe o al menos parece impedir expresamente, el matrimonio igualitario, a pesar de que reconoce la igualdad y no discriminación por orientación sexual e identidad de género. Tenemos un presidente que cree en la familia tradicional de “hombre y mujer” y que relega al plano de lo no natural a las comunidades afectivas que salen de su visión de machista conservador del siglo XXI. Tenemos leyes insensibles con la transexualidad, apegadas a los determinismos biológicos, que no prestan reconocimiento ni políticas públicas para apoyar a quienes necesitan ser reconocidas/os de acuerdo con su identidad de género. Tenemos seres humanos invisibilizados y normalizados sin su consentimiento, para asignarles un sexo "definido", cuando la naturaleza crea tantos matices, y la decisión de encasillarse o no debe ser de la persona, y no debe tomarla nadie por ella. Falta tanto por hacer todavía, que la vida misma es un desafío. La venganza, mientras tanto, de siglos de exclusión, es la alegría. Y una manifestación colectiva que cada año va ganando más adeptxs. De seguro en 2016 seremos más las y los marchantes. La lucha por los derechos, continúa.  

Comentarios