Cuando era niña me encantaban las muñecas y muñecos de bebé. Soñaba con ser madre. Es más, fabricaba mis propias bebés-muñecas con medias de lana y les llenaba de ropa vieja y les pintaba las caritas y les hacía peinados. Y les metía en un poncho y les llevaba en la espalda. Decía que nunca nadie nos iba a separar y que no importaba que estuviéramos solas en el mundo. Que yo haría todo lo que estuviera en mis manos para salir adelante, aunque su padre nos haya abandonado, influida seguramente por las sesiones de telenovelas, donde la valentía y la dignidad maternas las aprendimos de Thalía y de Laura León, cuando la fórmula hombre ausente-madre abandonada y abnegada era lugar común de lágrimas y dignificaciones en la tradición del melodrama vespertino.
Y sí, muchas son mamá y mamá a la vez, porque es la realidad de tantas mujeres. Cómo no admirar, cómo no querer a esas mujeres valientes. Las mujeres que sacan adelante a sus cinco hijos, a sus ocho hijos, pese al marido borracho. Las mujeres que son las primeras en levantarse en sus casas y las últimas en irse a dormir. Las que lloran pasadas las diez de la noche para que no les vean sus guaguas llorando. Las que fuman escondidas para que no les vean sus guaguas fumando. Las que dejan de hacerse de ropita para comprarles los uniformes a lxs guaguas y que se van a la tienda ya muy tarde para comprar una lata de atún, unos huevos, arroz, leche y pan para el día siguiente, con muchas deudas esperando.
Más allá de esos recuerdos infantiles, nunca me siento lo suficientemente autorizada para escribir cosas sobre maternidad, no habiendo sido madre nunca. Sabrán entender ese sesgo. Lo más parecido a cuidar de otro ser que he experimentado, es la convivencia con plantitas (que no todas han sobrevivido a mí) y mi relación con la Tomasa, que está atravesada por la culpa. Siento no pasar con ella todo el tiempo que quisiera y me encantaría poder estar más en la casa, abrazarnos las dos y quedarnos dormidas viendo la tele o algo así. Sólo cuando estoy enferma puedo hacer eso. Me imagino que así podría ser la maternidad alguna vez. Tanto las alegrías, como las penas, como las culpas, aunque repotenciadas. Yo no quiero que ninguna mujer en el mundo (yo tampoco) se sienta culpable. El mito de la mala madre es la construcción más dañina del sistema patriarcal para someternos a las mujeres por la culpa. Mariangula persigue a lxs guaguas en las noches y la Malamadre persigue a las madres hasta el fin de sus días. Los periódicos nos lo recuerdan todo el tiempo “madre abandonó a su bebé recién nacido”, “madre deja a sus hijos encerrados para salir a bailar”, “madre descuida a sus hijos por estar en Facebook”…
Las madres de los periódicos son las madres de las crónicas rojas, las malas madres. O las madres idealizadas y romantizadas de un segundo domingo de mayo, las madres de la publicidad, destinatarias de caldos maggys, dejas, pinoklines, cocinas, lavadoras y en general, doras. Porque más allá de eso la maternidad no es noticia, ni sinónimo de liderar un hogar, ni de toma de decisiones. La maternidad fashion sí, de las revistas de variedades, de cuerpos que una no se explica cómo volvieron a ser más delgados que antes, luego de dar a luz. El comercio asociado con el día de la madre es el más perverso, y dura todo el año. Qué mejor fecha para las empresas de electrodomésticos que venderlos a sus naturales usuarias. Actualmente se ha remozado el marketing por el día de la madre para, simplemente, ampliarlo a mayores dominios capitalistas. Ahora también son del día de la madre los paquetes de belleza y descanso de los spas. Es decir, te sacas la mierda todos los días mamá, pero un día al año tienes derecho a quitarte el estrés. Porque eres única. Ya no es lindo ser la mamá gorda del siglo XX. Ahora ser madre no te quita lo sexy.
Pasando del plano estético al ético, cómo no referirme a la figura de la “madre símbolo”, un modelo moral muy popular hasta hoy, en contextos barriales, gremiales, educativos y de familias. La competencia de belleza física en los reinados femeninos, llevada al plano afectivo-emocional. La madre símbolo será la abnegada, la sufrida, la postergada. Me parece de justicia poner en valor ese papel que en verdad hacen muchas mujeres, sólo como tributo a esas trayectorias de vida concretas. Pero si valoráramos honestamente la maternidad, si nos la tomáramos enserio siempre y no sólo el día de las madres, ser madre no debería significar renunciar, sufrir y postergarnos. No en una medida heroica.
(Sobre la heroicidad, hago un paréntesis. Los héroes masculinos, varones, son los héroes de las guerras. Se saben sus nombres y sus apellidos. Se les hacen monumentos. Incluso cuando son ejércitos, se sabe el número de ellos, aunque no siempre se pueda consignar en una placa metálica sus nombres. Me acuerdo de la Batalla de Tarqui, en la escuela nos hicieron aprender de memoria esta frase: «El ejército peruano de ocho mil soldados que invadió la tierra de sus libertadores, fue vencido por cuatro mil bravos de Colombia, el 27 de febrero de 1829». Cuando se han hecho monumentos de las madres, siempre son anónimos, aluden al arquetipo. El monumento a la madre del Parque de la Madre, representa eso. Ni es una mujer con nombre y apellido, ni nos dice cuántas son las heroínas que transitan por la guerra de la maternidad).
Los discursos sobre la maternidad, rara vez se dirigen a quitar a esta institución de su pedestal intocable –el mismo pedestal donde reposan las promesas de amor de san Valentín, o las flores y chocolates del día de la mujer, o los kits de oficina por el día de la secretaria-. Inmediatamente, se confunde la reflexión que podría hacerse sobre la maternidad, en términos generales, con nuestra vivencia personal de la maternidad, ya sea como madres o como hijas/os. Oigo día de la madre y pienso en mi mamá. Y en la gran mayoría de los casos, esa memoria de mamá es grata, es enormemente amorosa. Por lo tanto, se nos hace difícil separar nuestra percepción de la maternidad de algunas verdades, como las siguientes:
1. Que todavía la maternidad, para la gran mayoría de las mujeres, no es una verdadera opción, sino una obligación.
2. Que la maternidad es ensalzada en un plano ideal (el del comercio, por supuesto) pero que en la práctica (leyes del trabajo, empresas, familias, centros educativos) no solo no es respetada, sino es la causa principal de la deserción laboral y escolar de las mujeres y de su discriminación en múltiples campos.
3. Que la verdad de la maternidad que nadie quiere recordar en el día de las madres, es que por cada hijo o hija, disminuye la expectativa de autonomía económica de una mujer, aumenta el círculo de la pobreza y de dependencia (contrario a los discursos de un machismo sin nombre que dice que las mujeres hacen “negocio” con sus embarazos para vivir de pensiones alimenticias y tratar a los pobres padres como “cajeros automáticos”).
4. Que la violencia aumenta significativamente por cada hijo/a. Es una escalera bien gráfica. Más hijos, no quiere decir que más hermosas y divinas somos (como dicen las propagandas) sino que es más probable que nos peguen y humillen más.
5. Que para las más privilegiadas, la maternidad es vista como el desafío de ser súper mujeres en la difícil carrera de la conciliación. Es decir, ser la mejor mamá, la mejor trabajadora, la mejor estudiante, la mejor esposa, la mejor ama de casa y la más guapa del mundo. Y si algo de eso no se cumple, pues eres incompleta, la culpa te lo recuerda. Ya sea la culpa por “renunciar a tus sueños profesionales” o por “renunciar a tu destino de madre y mujer”… El problema, como lo he dicho varias veces, es que esos dilemas nunca se plantean a los hombres. Nunca hemos visto que a un político se le destaque en su rol de padre. O que en el titular se diga “esto lo logró a pesar de ser padre de tres hijos”. No, porque sabemos que detrás de todo hombre ilustre, hay una mujer que lava, plancha, cocina y le cría a lxs guaguas para que él se luzca, pues el espacio público es lo suyo.
6. He visto mujeres queridas, amigas mías de la vida y la política, con los ojos humedecidos. Ya porque son madres y sienten culpa por no dedicar el tiempo suficiente a sus hijos/as (como lo haría una madre “normal”) o ya porque, por haber dedicado mucho tiempo a sus trabajos no son madres. También he visto mujeres-madres que han consagrado la vida entera a sus hijos e hijas y que sienten una enorme frustración por no haberse podido desempeñar profesionalmente. Este tema nos pone muy vulnerables todavía. No es la fuerza de la naturaleza. Es la construcción social que hace de la maternidad un destino obligatorio, pero sin muchas opciones. Si la maternidad fuera asunto de hombres, otra realidad tendríamos. Las maternidades serían fomentadas y dignificadas como los ejércitos.
7. La edad “productiva” de las mujeres coincide con nuestra edad reproductiva. Por eso, no es un tema menor para nosotras decidir ser madres o no. Para las que podemos decidir. Las que lo son, de todas maneras, o deben tener opciones para mantenerse, o la tendrán más difícil para salir adelante con todo. Y muchas lo logran. Las mujeres somos seres resilientes, hemos desarrollado mecanismos de supervivencia. Las manos de las madres, literalmente, multiplican un plato de comida por cinco. Hacen el milagro de los panes y los peces mañana, tarde y noche, con lo cara que es la vida.
8. La maternidad reconocida social y legalmente, es un privilegio heterosexual, se ha consagrado de esta manera. ¿Quién dijo que una lesbiana no puede ser madre? Si la maternidad es algo tan divino, ¿por qué el estado ecuatoriano le niega a una niña tener dos mamás, siendo la maternidad una institución ensalzada por el régimen? Claro, es menos monstruoso (por lo cotidiano, por lo naturalizado) que haya miles de hogares con jefatura de hogar femenina por abandono de sus parejas, o porque esos hombres no tuvieron más papel que el de engendrar. Ese abandono no importa. Pero que dos mamás quieran darle un hogar a su hija, eso sí no está bien, pues corroe los átomos de la célula básica de la sociedad.
9. Según el INEC, en el Ecuador el 28,7% de los hogares está dirigido por una mujer. De los hogares con jefatura femenina, el 70,2% es de mujeres que asumen ellas, sin pareja, la crianza y el sustento económico de sus hijos e hijas. Para estas valientas jefas de hogar, ser madre es serlo a tiempo completo, sin copiloto. En el Azuay, la jefatura de hogar es de más del 30%, por el fenómeno migratorio.
10. La cantidad de mujeres que al anunciar su maternidad han sido condenadas a la vergüenza, al aborto forzado, a la esterilización forzada, a la negación de la familia, al olvido o a la peor violencia física y psicológica. Hace no mucho, lo peor que le podía pasar a una familia “decente” era tener un hijo homosexual o una hija “madre soltera” pues esas “tragedias” eran en el fondo, la decadencia del honor del paterfamilias. Esto sigue pasando, lamentablemente, para muchas es todavía una realidad.
11. La maternidad es la sentencia de muerte de las mujeres como sujetas sexuales, o como personas libres, deliberantes, divertidas. Desde las revistas de moda recomiendan a las madres vestirse de manera más recatada. Ser más serias. Dejar de farrear, de salir con hombres, de viajar, de salir de noche, maquillarse más discretamente. Incluso hay “looks” recomendados para madres. Una madre se reviste de una dignidad que la aleja de la imagen disponible de Eva, para convertirse en María, la virgen. Ya no tienes derecho a vivir como te dé la gana. Tus hijxs están primero. Si rompes este pacto, la condena social es muy fuerte: pueden comerte viva.
12. El parto y sus complicaciones son las primeras causas por las que las niñas de 10 a 17 años acuden al hospital: 74 000 niñas al año. (El Comercio) La maternidad mata y la mayoría de muertes maternas son evitables, con adecuados controles y sistemas de salud responsables.
13. En el área rural y entre muchas mujeres indígenas y afrodescendientes, la maternidad es sumamente valorada en el plano cultural. Por eso, no es raro que en pleno siglo XXI, existan mujeres jóvenes aún, que tienen cinco, seis, siete hijos e hijas. Y son los grupos étnicos más pobres. Existen estudios que revelan una realidad muy dura: la maternidad impuesta por la familia, por el marido, como una forma de control sexual de las mujeres. Volver al embarazo y a la crianza, asegura que el espacio de las mujeres, en maternidades repetidas, sea el de la casa, con perjuicio para su salud y su calidad de vida. A las duras labores reproductivas, se suma el trabajo agrícola, doméstico, o en el comercio informal de las mujeres rurales y un trabajo, revestido de comunitario, que es gratuito y alarga hasta en 23 horas semanales, la carga global de trabajo de las mujeres indígenas y rurales.
14. El drama de las mujeres que no pueden ser madres en un contexto de maternidad compulsiva y obligatoria. No poder ser madre, por motivos de salud, o físicos, y quererlo, se convierte en una verdadera pesadilla. Fallaste como mujer. En las reuniones familiares, se pregunta a las mujeres casadas, generalmente, que qué esperan para tener hijos/as, que están vagas, que se pongan a trabajar, que echen a andar la “fábrica”. Fenómenos como este han producido en la actualidad que en países desarrollados, las personas y parejas con imposibilidad de concebir “alquilen vientres” de mujeres pobres, generalmente de países alejados, convirtiendo a la maternidad subrogada en una industria millonaria y perversa, equivalente a la trata de personas.
15. Y no nos gusta hablar de las niñas-madres, de las vidas robadas por violadores de niñas y por un estado que revictimiza. Como dice Beatriz Gimeno, quizás uno de los tabúes más grandes, es aceptar que hay mujeres que no quieren ser madres. O peor, madres que se arrepienten de serlo, porque eso implicaría aceptar que no quieren lo suficiente a sus hijos/as. Me vienen a la mente los testimonios de las niñas-madres del estudio “Vidas Robadas” sobre maternidades de niñas y adolescentes, producto de una violencia sexual como pandemia. Son niñas forzadas a ser madres. No quieren saber nada de sus propixs guaguas. No saben qué hacer con sus guaguas, no les nace lo que por naturaleza dicen que debe nacer: el instinto. No entienden qué les pasa. Su cuerpo les duele, no está preparado. No quieren ser madres, no están listas para serlo. No tienen tiempo, ni medios, ni plata. No les pueden obligar a serlo.
La maternidad es, entonces, más allá del discurso del segundo domingo de mayo, causa de discriminación. La maternidad o su posibilidad es el mayor factor de desigualdad económica, laboral, sexual, política y salarial entre mujeres y hombres. Esa desigualdad atraviesa todas las clases sociales, etnias y edades. Con mayores riesgos para las mujeres que viven otras discriminaciones, por supuesto. No es lo mismo ser una madre burócrata, clase media, mestiza, que una madre negra, pobre, vendedora informal. Creo que aceptamos implícitamente la realidad de la dureza de la maternidad, pero no nos atrevemos a mostrarla. La sublimamos con los discursos que apelan a la abnegación, a la entrega, al desprendimiento, al ser para otrx, como inherentes a la maternidad. Porque esa inherencia nos conviene como sociedad, como estado, como empresa, como familia. Nos ahorra mucha plata. Tenemos en quien/quienes cargarnos sin que se vea mal, es natural y ya la recompensaremos con un almuerzo en mayo. En el discurso que ataca la despenalización del aborto, está la misma idea, en el fondo. El binomio mujer-madre, sexo bueno-reproducción. Renunciar a la maternidad es pecado. O la consecuencia de una vida sexual activa tiene que ser la maternidad. Lo contrario sería tener relaciones sexuales por placer y eso es pecado. El placer de las mujeres tiene que pagarse, hasta el fin de los días, con el sacrificio maternal, que sublima el origen pecaminoso de la concepción.
Existen en la actualidad las corrientes de mamás naturales, de crianza con apego y de celebración de la lactancia. Yo defiendo absolutamente el derecho de las mujeres a dar a luz en agua, con parto humanizado, en sus casas, en clínicas, en hospitales, en cuclillas, a dar de lactar en público. Sí, todo eso está bien. Asimismo, defiendo que las mujeres que quieran hacerse una cesárea (sea por los motivos que sea) puedan hacérsela y tengan todas las garantías para eso. Y si no quieren dar de lactar, que no den de lactar. Y si les da vergüenza sacar su seno en público, que su privacidad se respete. Y si no pueden o no desean criar directamente, defiendo las guarderías como opción válida. Y rechazo los ataques entre madres y las competencias por quién es la que mejor hace su papel. Ya que está tan naturalizado el amor maternal, sería excepcional que una madre quiera, intencionalmente, hacerle daño a sus hijxs. Las madres hacen lo que pueden y desde, casi siempre, sus mejores esfuerzos. No las critiquemos.
Que para qué quiero hijos/as ahora, “para que me cuiden de vieja”. Quizás alcancemos a tejer redes de amor, de apoyo, de familia, que trasciendan los lazos de la familia nuclear patriarcal consanguínea. El cuidado en manos de la familia es una trampa, un caer inacabable sobre los hombros de las propias mujeres. Sí, quiero una familia para que alguien me cuide de vieja. ¿Quién cuida en las familias? Cuidamos las mujeres, sobre todo nosotras, es estadístico, no es natural, es porque somos madres antes de serlo y después de que nuestrxs hijxs se van. El cuidado debe dejar de ser visto como un asunto familiar (en el concepto más restringido de familia, que invisibiliza que quienes realmente cuidan, son mujeres). El cuidado es humano y concierne a las familias diversas, las empresas, los estados, los hombres, las mujeres. Como está configurado ahora, es normal que pensemos que nuestras necesidades de cuidado, cuando seamos viejas, se trasladarán a nuestras hijas. Por eso es frecuente escuchar en las calles, en las casas: “él quería el varoncito para tener la parejita, pero bueno, las niñas son más dóciles y nos van a cuidar de viejos”.
Las mujeres que no quieren tener hijos/as no son seres desnaturalizados o anormales. Son mujeres que están conscientes del problema de la sobrepoblación mundial. No quieren traer criaturas a sufrir a este mundo. O les da pereza de ser madres. O se realizan de otra forma. Cada una vivirá su maternidad o su no maternidad, como le parezca. Y no es asunto moderno renunciar a la maternidad. Tantas mujeres en la historia se hicieron monjas para no ser madres, o se quedaron solteras y cultivaron el celibato, o abortaron.
El día de la madre, (más allá de la maravillosa relación que podamos tener con nuestras mamás y que siempre será una fecha oportuna para recordarles cuánto les queremos) podrá celebrarse cuando se cumplan algunas deudas históricas con las madres, las más queridas y las más olvidadas en las políticas, en las leyes, en las noticias, en las mismas familias, deudas como las siguientes:
1. Que ser madre sea siempre una opción. Es decir, que nadie que no quiera ser madre, lo sea.
2. Que la maternidad consentida, deseada, sea apoyada por el estado, las empresas, las familias y no se convierta en una automática renuncia de las mujeres y en una sobrecarga de trabajos de cuidado, domésticos y de los llamados “productivos”. Es decir, que existan mecanismos para poder ser madres sin que por eso seamos menos seres humanos.
3. Si lo anterior ocurre, ser madre no sería una inmediata disminución de la calidad de vida, de salud, de educación, de horas de ocio y de descanso, y de acceso al trabajo de las mujeres. Una mayor autonomía, en todos los sentidos, puede contribuir a una vida libre de violencias hacia las mujeres.
4. Ya no hablaríamos de las super mamás en las élites, de las mamás que todo lo concilian (recién compré una revista de prensa rosa donde las super mamás de la high guayaquileña hablan de cómo hacen compatible su carrera con su vida amorosa, profesional y se mantienen regias, encima) invisibilizando a la enorme red de apoyo que seguramente tienen en otras mujeres, en trabajadoras domésticas, en tías, o en abuelas. Hablaríamos de corresponsabilidad en la crianza y haríamos visibles a todas esas otras madres, a las “madres proletarias” en palabras de Paúl/Beatriz Preciado. Y haríamos visibles a los hombres que ejercen una paternidad activa. Y la paternidad de los padres de la patria (perdón la redundancia) también sería un tema del que hablar. “Llegó a ser presidente y además padre de familia”, “ha podido hacer compatible su carrera con su paternidad”.
5. Espacios masculinizados como la política, los deportes, ciertos trabajos, dejarían de ser escenario donde fatalmente se toma un camino: o mis hijxs, o mi carrera. Se “feminizarían” en el sentido de hacerlos compatibles con la vida. Horarios flexibles, encuentros más democráticos, tiempo para las familias, o para vivir, en pocas palabras.
6. El hecho de coincidir nuestra edad productiva con la reproductiva, difícilmente podría cambiar. Se recomienda retrasar en las niñas el inicio de las maternidades. Hasta hace un año, era legal que una niña de doce años se case (o sea, una violación permitida por la ley). Actualmente el matrimonio es legal desde los dieciocho años. Esto no quiere decir que a los dieciocho va a comenzar la vida sexual de las y los adolescentes… En el Ecuador, esta empieza en promedio a los catorce años. Así que la respuesta no es, como propone el Plan Familia, promover el miedo, el honor cultivado de las señoritas, la abstinencia, esperar el amor verdadero, o algo así. Lo que se debe promover es la educación sexual integral, científica, oportuna, libre de prejuicios. De ahí será decisión de cada persona tener o no relaciones sexuales, pero si las tiene y no desea un embarazo, los métodos anticonceptivos tienen que estar a su alcance.
7. También se tiene que trabajar profundamente en la eliminación de la violencia sexual que es lo que ha impedido reducir, en los últimos años, los embarazos de niñas entre 10 y 14 años. Las maternidades forzadas de las que hablé más arriba. Así, las niñas podrán educarse mejor, explorar la vida y sus oportunidades, acceder a mejores trabajos y poder incrementar sus ingresos (cuando entren en la población económicamente activa) su autonomía, su crecimiento emocional, espiritual, sus posibilidades. La educación es la única forma de lograrlo. Los embarazos tempranos están estrechamente ligados con deserción escolar y alarmantes niveles de pobreza.
Luego de haber escrito todo lo que sé y lo que no sé sobre la maternidad, concluyo algunas cosas. Las mujeres tenemos derecho a ser madres o no serlo y a que nuestra maternidad no sea motivo de discriminación laboral, social o familiar. Las madres tienen derecho a prestaciones gratuitas y de calidad de servicios de salud que aseguren su bienestar y el de sus hijas e hijos. Tienen derecho a servicios de cuidado públicos y gratuitos, que les permitan acceder al mercado laboral. Tienen derecho a que en sus trabajos o lugares de estudio existan guarderías para sus hijos e hijas. Tienen derecho a un horario reducido para dar de lactar a sus hijos/as. No tienen derecho a ponerse de ejemplo a otras madres, o poner de modelo un heroísmo que lo fue en el pasado, por la injusticia del sistema. Por ejemplo “en mi época nadie me consideraba en el trabajo por ser madre, yo no tengo por qué hacerlo ahora”, se oye mucho. No reproduzcamos desigualdad. Hagamos conjuntamente, desde cada espacio, que ser madre no signifique vivir peor. Asumamos socialmente, humanamente, amorosamente, las maternidades.
Excelente estudio, una mirada real de las madres. Felicitaciones.
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