Dos veces (aunque más veces) la realidad me ha pegado unos
cocachos mentales que me han dejado pensando, sin llegar todavía a ninguna conclusión más que el asombro, y con la necesidad de seguir dando vueltas reflexivas. La primera vez fue cuando me cambiaba de casa y contratamos
un equipo de personas para que nos ayude con la mudanza. Una de ellas era
mujer. Yo sufrí mucho porque decía, en mi interior, "no quiero que la
señora cargue nada pesado, no quiero que se lastime". Estuve a punto de decirle "señora, usted no". Ella cargó como los demás y se pegó al final una coca cola con sus colegas.
Hace un par de días tomamos un taxi en Sevilla hacia un
barrio catalogado como peligroso. La taxista era una rubia joven, de larga
cabellera y guapísima. Ya en un par de ocasiones dos choferes varones nos
habían dicho que no van a entrar en el barrio porque les da miedo, que
preferían dejarnos en la esquina. Comprendimos la situación. Con la taxista
rubia sufrí porque dije, “y qué si le pasa algo a esta chica”. Y ella
nos dejó muy tranquila en la puerta y se fue escuchando a todo volumen su
música de fiesta, con una sonrisa.
Esas dos mujeres me han enseñado mucho sin saberlo. Las mujeres somos fuertes y nos han convencido de que somos
débiles, porque nos han hecho mucho daño, hemos estado oprimidas y hemos naturalizado la opresión. Pero recuperar nuestra “fuerza” no puede entenderse solamente como agencia individual, como
dependiente exclusivamente de nuestro esfuerzo. Hay condiciones materiales y legales que
nos deben garantizar la igualdad. La imagen de la "chica superpoderosa" en contextos de opresión
no siempre es feliz, es hasta un chiste cruel. Vendernos la idea de que ser fuertes depende de nosotras
(sólo) es falaz. Ya somos fuertes, otros y otras vulneran nuestros derechos.
Durante mucho tiempo se nos prohibió a las mujeres los trabajos
nocturnos con la idea de protegernos. Eso, lejos de ser una medida considerada,
era una forma velada de discriminación. La idea es que si hay espacios que no
son seguros para mujeres, tienen que cambiar las condiciones de esos espacios,
porque es probable que tampoco sean espacios humanos y dignos para los hombres.
Me acuerdo de “El Gato”, un joven tatuado que el día de la mudanza cargó solito
en su espalda una refrigeradora gigante. Me espeluzné y me sentí impotente y
mala persona, también tuve miedo de que le pasara algo y no creo que se deba a
que yo juzgo desde mis parámetros delicados qué es humanamente soportable para un cuerpo.
El peligro o el riesgo percibidos deben ser señales de
necesidad de cambio. Si el peligro o el riesgo se aplican como criterio de "protección" solamente para las mujeres, es discriminatorio, porque nos excluye de
posibilidades de empleo y de participación.Hay mujeres taxistas, choferes de bus, albañiles, astronautas, cargadoras. Tienen, aparte de los desafíos propios de sus ocupaciones, el peso de demostrar que sí pueden y condiciones de vulnerabilidad específicas, pero siguen y luchan. Otras se han despechado y han tirado la toalla.
Hay que sospechar de la protección cuando viene de una mirada machista. A las mujeres nos quieren “proteger”
desde la asamblea con una Ley contra las violencias en tanto un bloque
legislativo patriarcal (y multipartidista) nos ve como víctimas. Y asocia la
idea de víctima no con la realidad de sufrir injustamente un daño infligido por
otro. Asocia víctima con esencia débil. A las mujeres víctimas hay por tanto
que protegerles porque son débiles, pobrecitas. Pero, ¿qué pasa cuando esa misma mentalidad
patriarcal percibe que las mujeres también podemos ser “malas”, según sus
valores? Entonces pasamos del estado-galán que tiene empatía con las mujeres a
las que debe “cuidar” al estado represor que estigmatiza a las mujeres que
abortan.Como el pater familias gamín que no deja que sus hijas salgan "solas" en la noche o que se pongan minifalda porque dice que les ama y que así les protege, pero también les suena cuando en acto de rebeldía ellas salen o se ponen la mini, para que vean quién manda.
Por eso es imprescindible el enfoque de derechos. Es clave la humanidad (que
también es femenina) como fundamento del reconocimiento y la garantía de los
derechos. Penalizar el aborto es ejercer violencia desde el estado. ¿Cómo puede
una ley que supuestamente está llamada a garantizar nuestras vidas libres de
violencia, castigarnos si no somos el modelo moral de mujer que el patriarcado
necesita? Esa es la doble moral del patriarcado. Y por eso la víctima no debe
ser etiquetada como débil. El estigma debe estar sobre el agresor. Y por eso
los derechos nuestros deben garantizarse porque somos humanas. No sólo cuando
creen que somos débiles para "protegernos" y al mismo tiempo golpearnos con el aparato punitivo si salimos del
papel que les conviene que mantengamos.
Desde el enfoque de derechos no tenemos
esencias. Somos responsables de actos. Pero también nuestros actos son
resultado de condicionamientos económicos, sociales, culturales, personales. Un
estado que no garantiza la vida libre de violencia sexual, la educación en sexualidad, el acceso a anticoncepción, la corresponsabilidad en el cuidado, la canasta básica, la protección
integral de la niñez y adolescencia; no puede juzgar a las mujeres por abortar.
Un estado-varón que no gesta y no pare a las hijas e hijos de la "patria" no
puede castigar a las mujeres que, por cualquier circunstancia, no desean o no
pueden llevar a término un embarazo. Peor todavía si ese embarazo es resultado
de una violación.
El estado también nos viola a las mujeres porque no previene nuestras violaciones. El estado nos enferma y nos mata porque la penalización priva a las más pobres de abortos
seguros. El estado, por acción, por omisión o por ambas nos está violando, nos
está enfermando y nos está matando cuando penaliza el aborto. Y encima nos denuncia a través de funcionarios objetores de conciencia que rompen el secreto profesional y nos mete
presas, por si no fuera suficiente. Y la asamblea, cínica, celebra la
aprobación de la ley llamada a proteger nuestra salud y nuestras vidas, cuando al mismo tiempo perpetúa nuestra enfermedad y nuestra muerte al criminalizarnos.
Las mujeres no le importamos al estado ni a sus agentes
sinvergüenzas que se pasean por todas las funciones públicas. Porque el
presidente no hace nada para despenalizar el aborto. La asamblea no sólo no
hace nada, sino reafirma en cada ley nueva que vomita que nos va a meter
presas. Los jueces siguen aplicando, por el principio de legalidad, una ley no
sólo inconstitucional, sino inhumana. La corte constitucional no tiene la
valentía para hacer, como en otros países, al menos una pírrica excepción para
que no vayamos presas por no querer parir los hijxs de nuestros violadores.
Por eso tenemos que tomarnos el poder nosotras. Ya empieza a cansar
esto de la incidencia política porque es echar flores a los puercos. Estamos
años en lobbies, nos prometen cosas y luego se callan. Y la gente que pelea
desde adentro o es cobarde o no tiene el poder suficiente para revertir las
cosas. Todxs dicen "Ni una menos, vivas nos queremos" pero por detrás acatan a rajatabla la agenda de los grupos ultra conservadores, a los que poco o nada les importa la vida digna. Hay una cofradía supra partidaria, donde se abrazan y coinciden gobierno y oposición, la del machismo.
En fin. Cuando seamos sujetas de derechos la ley nos va a
proteger por ser personas. No sólo por ser la víctima débil (que es una
ficción, como he dicho). Sino porque somos seres integrales, autónomas, agentes
y con posibilidad de decidir. De qué nos sirve que se aumenten las penas en los casos de violencias y feminicidios si esa es la antesala de la saña del estado amplificada en contra de nosotras mismas cuando fallamos al destino de paridoras.
Repudio
total a la pantomima de aprobar una ley que no es la nuestra, porque nos violenta
el doble.Porque nos criminaliza y porque se tomó nuestras consignas para parecer chévere. Como cuando el pater familias gamín dice "prohibido salir, pero por tu bien, m hijita".
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