Por el 25N la asamblea aprobó una ley que nos violenta doblemente



Dos veces (aunque más veces) la realidad me ha pegado unos cocachos mentales que me han dejado pensando, sin llegar todavía a ninguna conclusión más que el asombro, y con la necesidad de seguir dando vueltas reflexivas. La primera vez fue cuando me cambiaba de casa y contratamos un equipo de personas para que nos ayude con la mudanza. Una de ellas era mujer. Yo sufrí mucho porque decía, en mi interior, "no quiero que la señora cargue nada pesado, no quiero que se lastime". Estuve a punto de decirle "señora, usted no". Ella cargó como los demás y se pegó al final una coca cola con sus colegas.

Hace un par de días tomamos un taxi en Sevilla hacia un barrio catalogado como peligroso. La taxista era una rubia joven, de larga cabellera y guapísima. Ya en un par de ocasiones dos choferes varones nos habían dicho que no van a entrar en el barrio porque les da miedo, que preferían dejarnos en la esquina. Comprendimos la situación. Con la taxista rubia sufrí porque dije, “y qué si le pasa algo a esta chica”. Y ella nos dejó muy tranquila en la puerta y se fue escuchando a todo volumen su música de fiesta, con una sonrisa.

Esas dos mujeres me han enseñado mucho sin saberlo. Las mujeres somos fuertes y nos han convencido de que somos débiles, porque nos han hecho mucho daño, hemos estado oprimidas y hemos naturalizado la opresión. Pero recuperar nuestra “fuerza” no puede entenderse solamente como agencia individual, como dependiente exclusivamente de nuestro esfuerzo. Hay condiciones materiales y legales que nos deben garantizar la igualdad.  La imagen de la "chica superpoderosa" en contextos de opresión no siempre es feliz, es hasta un chiste cruel. Vendernos la idea de que ser fuertes depende de nosotras (sólo) es falaz. Ya somos fuertes, otros y otras vulneran nuestros derechos. 

Durante mucho tiempo se nos prohibió a las mujeres los trabajos nocturnos con la idea de protegernos. Eso, lejos de ser una medida considerada, era una forma velada de discriminación. La idea es que si hay espacios que no son seguros para mujeres, tienen que cambiar las condiciones de esos espacios, porque es probable que tampoco sean espacios humanos y dignos para los hombres. Me acuerdo de “El Gato”, un joven tatuado que el día de la mudanza cargó solito en su espalda una refrigeradora gigante. Me espeluzné y me sentí impotente y mala persona, también tuve miedo de que le pasara algo y no creo que se deba a que yo juzgo desde mis parámetros delicados qué es humanamente soportable para un cuerpo.

El peligro o el riesgo percibidos deben ser señales de necesidad de cambio. Si el peligro o el riesgo se aplican como criterio de "protección" solamente para las mujeres, es discriminatorio, porque nos excluye de posibilidades de empleo y de participación.Hay mujeres taxistas, choferes de bus, albañiles, astronautas, cargadoras. Tienen, aparte de los desafíos propios de sus ocupaciones, el peso de demostrar que sí pueden y condiciones de vulnerabilidad específicas, pero siguen y luchan. Otras se han despechado y han tirado la toalla. 

Hay que sospechar de la protección cuando viene de una mirada machista. A las mujeres nos quieren “proteger” desde la asamblea con una Ley contra las violencias en tanto un bloque legislativo patriarcal (y multipartidista) nos ve como víctimas. Y asocia la idea de víctima no con la realidad de sufrir injustamente un daño infligido por otro. Asocia víctima con esencia débil. A las mujeres víctimas hay por tanto que protegerles porque son débiles, pobrecitas. Pero, ¿qué pasa cuando esa misma mentalidad patriarcal percibe que las mujeres también podemos ser “malas”, según sus valores? Entonces pasamos del estado-galán que tiene empatía con las mujeres a las que debe “cuidar” al estado represor que estigmatiza a las mujeres que abortan.Como el pater familias gamín que no deja que sus hijas salgan "solas" en la noche o que se pongan minifalda porque dice que les ama y que así les protege, pero también les suena cuando en acto de rebeldía ellas salen o se ponen la mini, para que vean quién manda.

Por eso es imprescindible el enfoque de derechos. Es clave  la humanidad (que también es femenina) como fundamento del reconocimiento y la garantía de los derechos. Penalizar el aborto es ejercer violencia desde el estado. ¿Cómo puede una ley que supuestamente está llamada a garantizar nuestras vidas libres de violencia, castigarnos si no somos el modelo moral de mujer que el patriarcado necesita? Esa es la doble moral del patriarcado. Y por eso la víctima no debe ser etiquetada como débil. El estigma debe estar sobre el agresor. Y por eso los derechos nuestros deben garantizarse porque somos humanas. No sólo cuando creen que somos débiles para "protegernos" y al mismo tiempo golpearnos con el aparato punitivo si salimos del papel que les conviene que mantengamos. 

Desde el enfoque de derechos no tenemos esencias. Somos responsables de actos. Pero también nuestros actos son resultado de condicionamientos económicos, sociales, culturales, personales. Un estado que no garantiza la vida libre de violencia sexual, la educación en sexualidad, el acceso a anticoncepción, la corresponsabilidad en el cuidado, la canasta básica, la protección integral de la niñez y adolescencia; no puede juzgar a las mujeres por abortar. Un estado-varón que no gesta y no pare a las hijas e hijos de la "patria" no puede castigar a las mujeres que, por cualquier circunstancia, no desean o no pueden llevar a término un embarazo. Peor todavía si ese embarazo es resultado de una violación. 

El estado también nos viola a las mujeres porque no previene nuestras violaciones. El estado nos enferma y nos mata porque la penalización priva a las más pobres de abortos seguros. El estado, por acción, por omisión o por ambas nos está violando, nos está enfermando y nos está matando cuando penaliza el aborto. Y encima nos denuncia a través de funcionarios objetores de conciencia que rompen el secreto profesional y nos mete presas, por si no fuera suficiente. Y la asamblea, cínica, celebra la aprobación de la ley llamada a proteger nuestra salud y nuestras vidas, cuando al mismo tiempo perpetúa nuestra enfermedad y nuestra muerte al criminalizarnos.

Las mujeres no le importamos al estado ni a sus agentes sinvergüenzas que se pasean por todas las funciones públicas. Porque el presidente no hace nada para despenalizar el aborto. La asamblea no sólo no hace nada, sino reafirma en cada ley nueva que vomita que nos va a meter presas. Los jueces siguen aplicando, por el principio de legalidad, una ley no sólo inconstitucional, sino inhumana. La corte constitucional no tiene la valentía para hacer, como en otros países, al menos una pírrica excepción para que no vayamos presas por no querer parir los hijxs de nuestros violadores.

Por eso tenemos que tomarnos el poder nosotras. Ya empieza a cansar esto de la incidencia política porque es echar flores a los puercos. Estamos años en lobbies, nos prometen cosas y luego se callan. Y la gente que pelea desde adentro o es cobarde o no tiene el poder suficiente para revertir las cosas. Todxs dicen "Ni una menos, vivas nos queremos" pero por detrás acatan a rajatabla la agenda de los grupos ultra conservadores, a los que poco o nada les importa la vida digna. Hay una cofradía supra partidaria, donde se abrazan y coinciden gobierno y oposición, la del machismo.


En fin. Cuando seamos sujetas de derechos la ley nos va a proteger por ser personas. No sólo por ser la víctima débil (que es una ficción, como he dicho). Sino porque somos seres integrales, autónomas, agentes y con posibilidad de decidir. De qué nos sirve que se aumenten las penas en los casos de violencias y feminicidios si esa es la antesala de la saña del estado amplificada en contra de nosotras mismas cuando fallamos al destino de paridoras. 

Repudio total a la pantomima de aprobar una ley que no es la nuestra, porque nos violenta el doble.Porque nos criminaliza y porque se tomó nuestras consignas para parecer chévere. Como cuando el pater familias gamín dice "prohibido salir, pero por tu bien, mhijita".

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