Sobre la paridad burlada en la conformación del CPCCS transitorio

Volvió con Lenín la olvidada figura de la primera dama, rezago medieval y victoriano de las mujeres como seres complementarios, desde la esfera de la caridad, el afecto y la filantropía, de la actividad plenamente pública, política y voraz de los hombres. Las mujeres como el rostro amable y el maquillaje de la brutalidad masculina, como las pacificadoras de los ánimos caldeados, como la reserva moral de un país que se agita nuevamente con una ola de denuncias y casos comprobados de corrupción. Pero parece que ya no quedamos ni para eso. 

Tenemos a los años una vicepresidenta (a quien ya, por cierto, le están diciendo desde tonta, pasando por gorda hasta pariente de Elsa Bucaram, en clara actitud sexista) y un gabinete ministerial con un tercio de ministras, que quiere decir que desde el correato con “rostro de mujer” que vino a “mejorar la farra”, que no la democracia, mucho no hemos avanzado. Sólo que el machista violento ha sido reemplazado por el machista galante que nos sigue diciendo “damas” y “bellas mujeres”, que se alzó en principio con la consigna de “Ni una menos” y que se debate entre aciertos y errores en lo que a equidad de género se refiere.

Es cierto que se ha descongestionado bastante el ambiente de violencia patriarcal discursiva y de acción política frontalmente misógina de Rafael, recrudecido en los últimos años. Con la elección de Lenín el movimiento de mujeres logró la aprobación de la urgente Ley Orgánica integral para prevenir y erradicar la violencia contra las mujeres. Hay personas comprometidas con los derechos humanos en espacios gubernamentales y en medios de comunicación oficiales, lo cual marca, sin duda, un cambio de estilo en el quehacer político nacional que debe profundizarse y no vacilar en las tentaciones de volver al machismo no ya de estilo Correa (que utilizaba la paridad como lavado de cara de políticas regresivas) sino al de los años noventa en que las mujeres no existíamos sino en tanto “pitufinas” de órganos colegiados patriarcales, como reinas de belleza o como primeras damas.

En temas de igualdad de género siguen pendientes varias cosas: 1. Una política real y efectiva e inversiones en prevención, atención y erradicación de la violencia de género y del feminicidio y en la garantía de los derechos sexuales y derechos reproductivos de la población; 2. La despenalización del aborto que es un asunto de derechos humanos y salud pública y el correspondiente indulto/amnistía a las perseguidas y presas por abortar; 3. La promoción de los derechos económicos de las mujeres (la feminización de la pobreza y la brecha salarial han aumentado); 4. La asunción pública de los cuidados y la corresponsabilidad en la crianza de los hijxs; 5. La igualdad plena y la no discriminación de la población LGBTI, con la aprobación del matrimonio y la adopción igualitaria y el reconocimiento pleno de la identidad de género y del acceso a la salud para las personas trans e intersex; 6. Una posición frontal que garantice el estado laico y contrarreste el backlash homofóbico y misógino orquestado por organizaciones religiosas y políticas anti derechos que amenazan la igualdad jurídica y de facto de las mujeres y de la población LGBTI y; 7. El respeto irrestricto a la paridad en todas las funciones del estado.

Todas son prioridades, no las ordeno en función de importancia, porque se relacionan íntimamente. Estos y otros temas, históricamente, han sido planteados en las agendas públicas por las organizaciones de mujeres y las personas LGBTI, en alianza con mujeres políticas, porque por experiencia y vivencia de la discriminación en carne propia hemos tenido menos “ceguera de género”, lo que no quiere decir que no hayan existido varones empáticos con la igualdad o mujeres que se agarran al discurso de “a mí nadie me da nada por ser mujer, yo soy lo suficientemente capaz, yo no quiero cuotas ni privilegios por mis genitales”. Así es, nadie quiere “privilegios por sus genitales”, lo que no queremos es discriminación hacia las mujeres por los nuestros, pero es ingenuo y demuestra ausencia de conciencia histórica que si han existido tales privilegios, la democracia ecuatoriana ha estado vilmente sesgada por su preferencia hacia los genitales masculinos:

En resumen: ninguna presidenta desde 1830 (aparte del efímero paso de Rosalía Arteaga, por Carondelet, que fue ilegalmente destituida); en el mejor de los casos, y con la aplicación de la Constitución, hasta un 40% de presencia de mujeres en la asamblea, 16 alcaldesas en 221 municipios (apenas un 7%) y qué decir de las prefectas, apenas dos en las 24 provincias. Es más dramático el descenso de mujeres en las concejalías y en las juntas parroquiales. Según cifras del Consejo Nacional Electoral, en los últimos comicios locales, el 75% de autoridades electas a nivel nacional, son hombres. Se sigue asociando el poder político con la masculinidad hegemónica y a las mujeres en los roles tradicionales de madres, amas de casa y esposas, con contadas excepciones.

Esto contrasta con el mandato constitucional, desarrollado en varias leyes, en que se obliga al estado a conformar paritariamente las funciones públicas. La paridad, formulada como un derecho para que hombres y mujeres accedan en igualdad de condiciones a los distintos espacios de poder, es un principio consagrado constitucionalmente, que tiene su origen en la lucha de los movimientos de mujeres por democratizar el escenario político, área tradicionalmente masculina, para que incluya equilibradamente, la presencia, intereses y necesidades de hombres y mujeres en el quehacer estatal. Es un principio, un derecho y tiene una importancia simbólica y práctica porque no existe democracia sin mujeres. 

En el Ecuador, una mayor participación política electoral de las mujeres ha sido posible por la aplicación progresiva de las leyes de cuotas, instrumentos sustentados en la necesidad de acelerar, jurídicamente, la consecución de la igualdad real, con la ayuda de medidas de acción afirmativa de carácter temporal, sin las cuales, según datos de Naciones Unidas, la alcanzaríamos en unos 400 años.

La paridad supera las cuotas de carácter temporal porque es definitiva, se aplica a las listas pluripersonales en procesos de elección popular y también a los altos cargos públicos de nominación, en las cinco funciones del Estado. El artículo 61 del texto constitucional reconoce como derecho a las ecuatorianas y ecuatorianos desempeñar empleos y funciones públicas con base en méritos y capacidades, y en un sistema de selección y designación transparente, incluyente, equitativo, pluralista y democrático, que garantice su participación, con criterios de equidad y paridad de género, igualdad de oportunidades para las personas con discapacidad y participación intergeneracional.”

Hoy estamos ante un nuevo caso de discriminación orquestada e institucionalizada y, peor aún, expresa y justificada por una gran parte de la opinión pública, en la designación de los integrantes del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social transitorio. El anexo 3 de la Consulta Popular de febrero de 2018, nada dice de la paridad, pero tampoco establece norma en contrario, con lo cual la conformación del CPCCS debía regirse por el mandato constitucional vigente y por el artículo 19 de la Ley Orgánica de Participación Ciudadana y Control Social que establece que “se garantizará en su integración la representación paritaria de hombres y mujeres de manera secuencial y alternada entre quienes hayan obtenido las mejores puntuaciones y con la inclusión de al menos una o un integrante, tanto principal como suplente, proveniente de pueblos y nacionalidades indígenas, afroecuatorianos o montubios. Se promoverá en su composición la interculturalidad y la equidad generacional.”

Resulta que las mujeres, LGBTI, afrodescendientes, indígenas y jóvenes estamos infra representados en el CPCCS de transición, o no existimos. He revisado las siete ternas propuestas por el presidente Lenín Moreno para que de ellas la Asamblea Nacional escoja a los integrantes del CPCCS y sorprende que nueve de 21 candidaturas eran de mujeres, solamente dos encabezaban la terna (en los casos en que fueron cabeza de terna fueron las únicas en esa posición que no fueron elegidas) y la única mujer electa lo fue porque la terna era exclusiva de mujeres.

Se ha hablado mucho de que fueron cuestiones de mérito y no de discriminación sexista las que excluyeron a las mujeres de la decisión final. Llama la atención el caso de la terna encabezada por Manuela Gallegos (sobre quien podía pesar la sospecha de sus vínculos con Alianza País como fundadora) pero se prefirió elegir a Luis Hernández, ex coronel de las Fuerzas Armadas, ex director de la Escuela Militar Eloy Alfaro, ex asambleísta constituyente, con amplia trayectoria militar, por sobre María Arboleda, vocal de la Comisión Anticorrupción, académica experta en filosofía china, sociología, ciencias políticas y activista por los derechos de las mujeres, con amplia trayectoria de participación social.

El mérito no es neutral en términos de género. No solamente porque los varones han estado en política formal hace más de dos mil años y las mujeres menos de cien, sino porque la exclusión de las mujeres en el espacio público es un fenómeno antiguo, estructural, no natural y superable con la propia acción política. La exclusión de las mujeres es quitarnos la voz y la posibilidad de existir políticamente. Si nos fijamos en los perfiles de quienes integraron las ternas, hay de entrada un desequilibrio en la trayectoria académica y política de hombres y mujeres y una exclusión expresa de las mujeres que cuentan con igual preparación que los varones. Huelga decir que tal vez la única brecha que tenemos “a favor” de las mujeres es que contamos con mayor preparación universitaria y con mejores rendimientos académicos. Afirmar que "no hay mujeres preparadas" es falaz. La capacidad o la incapacidad son objeciones que hay que analizar con mucho cuidado cuando de elecciones o nominaciones a cargos se trata y negar la discriminación es ingenuo o francamente, perverso.

Preocupa mucho que aún se escuchen argumentos del tipo “no las discriminaron por ser mujeres sino porque no eran las mejores candidatas” o que la elección obedeció a simpatías políticas y no a privilegios genéricos. Pues seguramente hay varios factores que han influido en la designación de los candidatos y los análisis no son excluyentes, pero el sexo de los integrantes es también un asunto político y parece que al presidente y a la Asamblea no les preocupa en absoluto inaugurar un CPCCS transitorio, con delicadas funciones de fiscalización, control social y elección de las máximas autoridades de control, de conformación casi exclusivamente masculina.

Si las mujeres somos más de la mitad de habitantes y hemos sido la población más afectada por la crisis económica, la violencia de género y la desigualdad social, es urgente que estemos representadas en todos los espacios, por un asunto de justicia simbólica, política, social y sexual. Este es un golpe bajo para las mujeres, la población LGBTI, representantes de pueblos y nacionalidades y jóvenes, que se debe denunciar y superar.


Tal parece que la política sigue estando mejor en manos de varones blanco mestizos, heterosexuales y adultos maduros. La elección de Julio César Trujillo, comprometido desde siempre con las luchas sociales, Luis Macas, indígena con amplia trayectoria política y de lucha y Myriam Félix, académica y única mujer en el flamante órgano; amortigua un poco esta sensación de que en el Ecuador el modelo de lo humano sigue siendo el hombre, referente de la sensatez, la capacidad de gobernar y las “manos limpias”. 

Adjunto la foto de quienes fueron seleccionados, sobre cuyas trayectorias no voy a pronunciarme, pues no se trata de restarles méritos a ellos, sino de decir que faltamos nosotras. ¿O estamos simbolizadas por las flores de la foto?


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