¿Pero es que nadie va a pensar en los niños LGBTI?

Chambritas. Cuenca, 27 de noviembre de 2018.
Hay tantos niños que van a nacer/ con una alita rota/ y yo quiero que vuelen compañero/que su revolución/ les dé un pedazo de cielo rojo/ para que puedan volar. Pedro Lemebel
Estuve escribiendo este texto el fin de semana y hoy, 27 de noviembre de 2018, a 21 años de la despenalización de la homosexualidad, me encontré con esta imagen: una vitrina llena de chambritas de colores, tejidas para bebés. Pensaba cuán metidos están los imaginarios de género en nuestra cabeza, la idea de la chompita rosada para la niña, la celeste para el varón. La amarilla y la verde son neutras. Pero en conjunto, hay en la foto, si ustedes se fijan, un arcoíris de chambritas. La sociedad asigna a las criaturas que venimos al mundo oportunidades, roles, cualidades y responsabilidades en función del sexo con el que nacemos. La primera de estas asignaciones es el color del ajuar de lana con que nos visten. La sociedad no espera que haya cuerpos que no encajan con ninguno de los colores. O niños que quisieran vestirse de rosado. O niñas a quienes si les preguntamos preferirían el celeste. El arcoíris de la foto es una señal de nuestra diversidad. De cómo las y los bebés que vienen al mundo son cada unx un mundo. De hecho, son arbitrarios los significados de género que damos a los colores.
Cuando era niña la homosexualidad seguía siendo un crimen. En esa época yo leía mucho las revistas Vistazo. Primaba entonces la asociación de homosexualidad con pecado, delito, enfermedad, VIH/sida, muerte y violencia. Siempre que se hablaba de homosexuales era en la crónica roja. Por ese motivo yo tenía muchísima pena cuando escuchaba que alguien era homosexual o se sospechaba que lo era. Porque tenía la certeza de que venir al mundo “así” sería motivo de infinitas discriminaciones, enfermedades, violencias y ostracismo. Imaginen ustedes ser homosexual en un entorno en que los referentes inmediatos de la homosexualidad se conocían a través del delito, la enfermedad o, en el mejor de los casos, el pecado.
El homosexual –qué decir de la lesbiana, siempre invisibilizada, incluso para el estigma público- era un personaje de vida trágica. Se sabía, a través de murmullos, chismes o escándalos que alguien era homosexual. Se rumoraba en las familias que el tío que no se había casado lo era, que aquel a quien se le veía rondar el Parque Calderón con jóvenes, en las noches, probablemente lo era; que aquellos personajes famosos de familias respetables que ocupaban inclusive prominentes cargos públicos “eran del otro equipo” o “jugaban con las dos”, entre otros comentarios cargados de estigma, burla y suspicacia. Se rumoraba que la tía “solterona” que no se había casado podía ser lesbiana. Que las amigas inseparables en realidad eran pareja. Que tal persona se había suicidado por “su condición”. Que la chica de la que no se supo más ahora era chico y vivía en Estados Unidos o Europa. Que otra chica un día había desaparecido o que su familia no quería saber más de ella. 
Yo decía, qué feo sería que eso me pase a mí. Más tarde en la escuela, en el colegio, presencié innumerables veces de episodios de burla, hostigamiento y discriminación hacia chicos percibidos como femeninos y hacia chicas a quienes les decían “machonas”. Los machitos de la clase insultaban a aquellos que asumían como “amanerados” u homosexuales con bromas hirientes, golpes y humillaciones. Estos ataques no tenían entonces nombre pero hacían daño, dolían e indignaban. Eso era suficiente para que nos importe. 
Hace unos años ya, cuando comenzamos a trabajar con la Ordenanza de inclusión a la diversidad sexual en Cuenca, mi amigo Chema Valcuende, sensible y sabio, me daba toda la confianza para comentarle en mis términos cómo era nuestra sociedad y él me preguntaba ¿por qué una ordenanza? y yo le decía que era un instrumento para garantizar políticas y presupuestos para paliar la discriminación hacia las personas LGBTI, que no era un fin en sí misma pero sí la oportunidad de un debate necesario cuando ya comenzaron a hacerse más visibles los activismos por la diversidad sexual.
Yo estaba aprendiendo estas cosas porque en muchos momentos me habían dolido. No necesitaba leyes para entender que el sufrimiento humano infligido por otro era inadmisible, y que me parecía absolutamente injusto que en el siglo XXI sigan existiendo seres humanos de segunda, que deban esconderse. Le decía además que el mayor problema que teníamos para hablar de la Ordenanza era la oposición de concejales conservadores y de grupos religiosos que nos decían que estamos promoviendo la corrupción de los niños, confundiendo pederastia con homosexualidad, un vínculo lleno de prejuicio. Nos pedían “cuidar en los más pequeños” y defenderles de la “inmoralidad”. ¿Quién piensa en los niños? repetían.
Cuando le contaba esto al Chema me dijo por primera vez algo que ahora puede parecerles a ustedes muy obvio, pero para mí entonces no lo era, porque de alguna manera tenía en la cabeza aprendida esa idea monolítica de la infancia como ente abstracto al que defender a toda costa de peligros: sin agencia, sin diversidad interna, sin también tener cosas que decir. ¿Y quién piensa en los niños homosexuales, trans, intersex, lesbianas? me dijo. Ellas y ellos también son niños. Que se hable de diversidad sexual y del respeto a las diferencias no hace ningún daño a los niños, sino protege de las violencias a los niños y niñas LGBTI y a aquellos percibidos de esa manera y enseña a los potenciales perpetradores a respetar a todos y todas, independientemente de su condición sexual. 
La sexualidad infantil siempre ha sido un tabú. En la época victoriana –que parece que no hemos superado- hablar de esto se consideraba pecado. Freud causó revuelo en su tiempo cuando “descubrió” que las niñas y los niños tenían sexualidad. Los grupos conservadores miran con pánico el hecho de que las niñas y los niños puedan ser homosexuales, trans, lesbianas y piensan que a través de la educación sexual científica y desde el enfoque de derechos se va a enseñar o a promover la homosexualidad. ¿Cuándo descubrió que es homosexual? se pregunta a las personas LGBTI. ¿Quién pregunta a los heterosexuales cuándo nos descubrimos como tales? No llama la atención que existe, de hecho, una educación sexual validada por las familias, las instituciones y la sociedad que pasa desapercibida porque se percibe como natural: aquella que refuerza estereotipos y roles de género en las niñas y en los niños y que reproduce y profundiza las inequidades entre hombres y mujeres, entre heterosexuales y homosexuales, cisexuales y transexuales, poniendo a lxs últimos en desventaja. La sexualidad es un régimen de organización del deseo. La heterosexualidad no es “natural” es un régimen obligatorio. Tal vez la mayoría de personas nos conformamos con este régimen, no lo cuestionamos. Pero existen muchas personas que no encajan en este sistema.
No existen estudios concluyentes sobre si las personas LGBTI “nacen o se hacen”. De hecho, es esa pregunta la que no debe hacerse, menos aún si es con la finalidad de descubrir posibles “causas” de la homosexualidad con la finalidad de combatirlas. En esa pregunta hay casi siempre un trasfondo de prejuicio y de patologización de la diversidad sexual. En el momento en que la sociedad asuma que la disidencia sexual ha existido toda la vida porque la norma de lo sexualmente correcto es una creación cultural que cambia, además, a lo largo del tiempo y dependiendo de cada sociedad, que las etiquetas no son reales sino son categorías de clasificación arbitrarias que dependen de las reglas que quienes tienen el poder imponen, dejaremos de hacernos esa pregunta. Cuando sepamos que ser LGBTI no es nada malo, no importará si una persona sexo-género diversa fue así siempre o eligió serlo. La pregunta sobra. Es un ser humano y con eso basta.
UNICEF se pronunció en 2014 contra la discriminación a niñas, niños y progenitores LGBTI a través del documento de toma de posición N. 9, que dice lo siguiente: “La discriminación y el daño a los que se enfrentan lesbianas, gays, bisexuales y transexuales en edad infantil o en tanto que padres y madres tienen su origen en actitudes que no aceptan a todas las personas por igual. Esta falta de respeto por los derechos de los niños y niñas LGBT se manifiesta de varios modos. Ello incluye, entre otros, el aislamiento en la escuela, en casa o en la comunidad; la marginalización y la exclusión de servicios esenciales como la educación y la sanidad; el abandono por parte de la familia y la comunidad; el bullying y la intimidación; la violencia física y sexual e incluso las violaciones “reparativas”, una práctica abominable que consiste en violar a una persona para aparentemente “curar” su orientación sexual o su identidad de género. Los efectos de la discriminación, la exclusión y la violencia pueden extenderse a lo largo de la infancia, llegar hasta la etapa adulta y desencadenar consecuencias para toda la vida. Así, por ejemplo, existen pruebas claras de que los niños, niñas y adolescentes LGBT expuestos a algún tipo de discriminación tienen una probabilidad mayor que el resto de intentar suicidarse o pensar en suicidarse.” De hecho, un 63% de niños, niñas y adolescentes LGBTI han considerado el suicidio ante la discriminación de sus familias y la presión de líderes religiosos. 
En entrevistas que hizo Josefina Fernández, antropóloga argentina autora de la obra “Cuerpos desobedientes” preguntaba a mujeres travestis sobre sus vidas. Todas abandonaron la casa paterna/materna a muy corta edad, cuando ya fue para ellas imposible ocultar su identidad de género disidente. Ellas, sin embargo, confiesan haberse sentido niñas desde pequeñas. Eso no fue un problema para ellas, el problema fue cuando la sociedad les tachó de distintas, como si fuesen monstruos, cuando recibieron golpes, castigos y abusos sexuales y psicológicos en sus mismas familias por percibirlas como femeninas, por usar el maquillaje y los tacones de la mamá, por pescarles en sus cuartos con un vestido puesto. En ese momento comenzaron sus dramas y sus exilios, verdaderos destierros. Por esas violencias, intolerancias y expulsiones familiares, las biografías travestis y trans latinoamericanas están plagadas de muertes tempranas, prostitución, enfermedad, violencia policial y adicciones. La transfobia es el problema, una vez más. No que una persona sea transgénero.
Este 27 de noviembre, a 21 años de la despenalización de la homosexualidad en el Ecuador, pensemos en las niñas y niños LGBTI pero también en las niñas y niños que lxs adultos LGBTI fueron. Nuestra misión es legar a las actuales y futuras generaciones un mundo más justo, inclusivo y respetuoso. No permitamos que en nuestros entornos los insultos, las burlas y la discriminación afecten la autoestima y los derechos de ningún niño, niña o adolescente.
Y cuando nos pregunten ¿quién piensa en los niños? Respondamos ¿quién piensa en los niños LGBTI?

Comentarios

  1. Maestra pepita machado yo creo que se de feminismo pero me gusta tu aprender de ti, así es los niños lgtbi existen y lo más grave esque esta sociedad patriarcal lo intenta esconder, pero cada vez somos más fuertes

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