Doblemente varón: policía y padre de familia a la vez

Estado represor. Mixta sobre cartulina. 2013.


El relato antidelincuencial es un relato de clase, pero también es un relato de género, que celebra la masculinidad patriarcal. Miles de ecuatorianos aplauden la violencia policial en el vídeo en que un policía tiene un hombre maniatado y reducido en el piso, en indefensión, y le propina dos patadas brutales. Esa violencia que ya está justificada para algunos que no comprenden que hay un estado de derecho, para otros se comprende porque el policía, además, es el “jefe de hogar” de las víctimas. La justificación es doblemente patriarcal: es policía y es padre. Entonces se despiertan las virilidades tropicales y el sentimiento de defensa de la propiedad y la familia, que están de fondo en muchos debates actuales, desde la despenalización del aborto y el matrimonio igualitario, hasta las respuestas antijurídicas y fascistas contra la inseguridad. 

Los fachas nos plantean un dilema inexistente. Si nos indigna el uso de la fuerza bruta policial que equivale a tortura, sobre un cuerpo despojado de la posibilidad de la defensa, somos prodelincuente y no nos duele lo que pasa con las víctimas. Por supuesto que los crímenes contra la propiedad donde se usa la fuerza, que abundan en sociedades desiguales y cuya proliferación obedece a factores múltiples de exclusión social, son indeseables para las víctimas y deben ser sancionados, pero con un debido proceso. La ley existe precisamente para que el estado no vulnere nuestros derechos y reemplaza el uso de la fuerza bruta. No hay incompatibilidad en condolerse por las víctimas, pero también por un “delincuente” que cuando es torturado y sometido a tratos crueles, inhumanos y degradantes, se convierte en una víctima del estado, que tiene el monopolio de la fuerza pública, traducido en un sistema penal que, en lugar de ofrecer respuestas y garantías, deposita toda su violencia en un cuerpo generalmente empobrecido y racializado. 

La “justicia por mano propia” que tanto gusta, queda justificada y elevada a don, porque el policía actúa como héroe y padre. Aquí se exacerban también las creencias de que el varón de la casa debe defender su propiedad y a su prole, siempre accesoria, sin medir consecuencias: el llanto de los niños que presencian la brutal escena, por ejemplo. La cantidad de “yo lo hubiese hecho también para defender a mi familia” da cuenta de la distribución del capital de la empatía, en función de la adscripción de clase. Casi nadie se pone en el lugar del delincuente, porque los ladrones siempre son otros, yo no. La gente –aunque perteneciese a la misma clase social del infractor- prefiere verse como víctima, como ese que es pater familias, policía y Superman a la vez y que pega porque puede. La gente no se pone en el lugar del infractor y tampoco se piensa como padre/madre de él. Porque esas vidas no importan.

Los derechos humanos no son un invento para “defender delincuentes”. Son estándares mínimos para evitar la ley del más fuerte, para prohibir el uso de la fuerza contra los cuerpos, por más errores que hayan cometido. El derecho penal prescribe las conductas que son infracciones a bienes jurídicamente protegidos, cuya comisión tiene una pena o sanción. Una vez en manos de la autoridad competente, el derecho procesal penal señala las garantías del debido proceso porque el presunto infractor se convierte en una víctima del estado.

Entre el estado y un cuerpo hay un abismo inconmensurable que solo el derecho puede acortar. Nadie que se vea a sí mismo/a como susceptible de cometer una infracción o como no libre de ser acusado/a falsamente de un delito, avalaría la brutalidad policial, tampoco el ojo por ojo, diente por diente. Pero en el Ecuador hay quienes celebran la vindicta pública y quizás no les temblaría el cuerpo si volviesen las ejecuciones en las plazas públicas, la pena de muerte o los linchamientos. Somos ese pueblo que se solaza con la venganza y que reduce ciertos cuerpos a desechables.

Por supuesto que debe sancionarse al policía que cometió semejante brutalidad. Por supuesto que no debe ser con otro policía más fuerte o más grande que le propine patadas en el piso, haciendo leña del árbol caído. A ese infractor le deseo nada más que un debido proceso. Y a todo el mundo, incluso a quienes hoy festejan la “justicia por mano propia” o que la justifican por el sentimiento criollo del varón que defiende "lo suyo". El machismo también está en esos actos y en sus justificaciones. Por eso necesitamos trabajar masculinidades antipatriarcales y positivas, para lamentar menos vulneraciones de derechos y ninguna muerte.

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