La boda de mi mejor amigo


Cuando el Daniel y yo tuvimos unos quince años, aterrorizado él por la cercanía del llamado a la leva del 86 para hacer el servicio militar, me pidió si podría casarme con él para evadir las responsabilidades patrias, porque entonces, la militar era obligatoria y no conocíamos la posibilidad de la objeción de conciencia. Yo le dije que sí, que me casaría con él y que formaríamos una familia, para no verle sufrir. Me ponía en sus zapatos y recordaba las historias terribles de quienes habían pasado por la conscripción y concluía que ese lugar no era adecuado para la sensibilidad tierna de mi amigo y que estaba en las antípodas de su especial forma de ser. Habían pasado solo cuatro años desde que se despenalizó la homosexualidad.
Un año después, terminando el colegio, nos prometimos mutuamente, dado que no nos iba nada bien en el amor (teníamos dieciséis y pensábamos que nos quedaríamos solteros para siempre) casarnos entre nosotros cuando cumpliéramos treinta años, si no encontrábamos pareja. Ese juramento nos lo habíamos tomado muy en serio y con cada decepción amorosa parecía que podría suceder. 
Unos años después, ya en la universidad, me pidió que le enseñara a hacer unos muñecos de papel maché para regalárselos a una persona especial. Llegó a mi casa y me dijo que era un chico. La Andrea y yo siempre lo supimos, pero tardamos unos años en hablar todxs el mismo idioma. No queríamos decirle que lo sabíamos porque teníamos miedo de herir sus sentimientos. Las cosas se fueron dando poco a poco. Hablamos de una época reciente, serán unos doce años quizás, pero las convenciones sociales eran muy diferentes. Era Cuenca, éramos adolescentes atravesados por formas de pensar conservadoras, aunque ya las habíamos trastocado hace mucho, pero también tuvimos un proceso de descubrimiento compartido en el que nos teníamos lxs unxs a lxs otros, a veces solo eso. Éramos el grupo de frikis que incomodaba a las profesoras y a lxs panelistas en foros públicos con preguntas sobre homosexualidad y aborto, ya entonces.
Durante muchos años mi abuelita me preguntaba que por qué no me hago de ese lindo chico de esos ojazos verdes. Ahora lo comprende bien, con esa sabiduría empática que siempre le ha caracterizado, pero no le bastaban las sesiones de spa y de pintado de uñas en domingo para aceptar que el Daniel, de algún modo, era una más de nosotras en espíritu y que teníamos en común enamorarnos de los chicos, bastantes veces de tipos sin méritos, como suele suceder en las biografías románticas patriarcales.
La Andrea, la Fer, yo, acompañamos diferentes etapas del proceso de apertura del Daniel, como un pájaro hermoso, lleno de orgullo, de aceptación de sí mismo como diferente e igual en dignidad, en necesidad de amor y reconocimiento. El Daniel fue la primera persona que me llevó a pensar en la diversidad sexual como una condición delicada, que en mundos normados y heterosexistas se convierte en un peligro de aislamiento, discriminación, maltrato y muerte. Siempre le he dicho que admiro su valentía y que quisiera tener, aunque sea un poquito de esa forma digna y altiva de ser, porque la sociedad tal vez no estaba preparada para él, pero él se dio modos siempre de abrir el camino para otros chicos, con su singular humor y forma de ser.
Durante años enfrentamos juntes a los bullies del colegio, tristes tipos a los que la adolescencia no les justifica, porque ser imbécil también es una decisión y porque también hubo, simultáneamente, gente empática. Recuerdo a todos los profesores y estudiantes que no comprendían, que se burlaban, que molestaban porque el Daniel y otros chicos eligieron el club de danza o nutrición y no electricidad, como les hubiese gustado a los machitos. Solo deseo que el mundo sea mejor para nuestrxs hijos e hijas y que el grado de imbecilidad vaya bajando. Solo eso.
Lejos del cliché del “mejor amigo gay” fashion y cool que ahora está hasta de moda (bueno, también lo es) el Daniel es una de las personas más inteligentes, trabajadoras, leales, graciosas, solidarias y generosas que conozco. Y es de los afectos más importantes de mi vida. Mi amor por el Daniel es incondicional, sin expectativas, sin esperar nada a cambio y va más allá del tiempo y de la distancia. 
Una de las razones por las cuales escogí al Diego para compartir mi vida, es porque desde el inicio noté su sensibilidad para tratar como iguales a todas las personas y porque el Daniel se convirtió también en su hermano. Cuando me casé el Daniel estuvo en mi boda, apoyando mi proceso de maquillaje y vestido con su particular prolijidad y vocación fashion police. No solo fue nuestro padrino, sino también estuvo en aquella kitsch limosina de Milton’s eventos y decoraciones, compartiendo mi camino al altar con mis padres. En adelante, llevó la cola de mi vestido y me apoyó en todo el proceso, como si yo fuese una princesa. 
Ahora, mi hermoso príncipe de Dubai contrajo matrimonio, lejos. Es imperdonable, para mí misma, no haber hecho lo imposible por estar con él. Nuestra amistad comenzó hace veintiún años, cuando el servicio militar era obligatorio y yo me hubiese casado con él para que no pase por ese trago amargo. Hoy, el servicio militar es voluntario y el matrimonio igualitario es una realidad. A pesar de los días convulsos y horribles en los que vivimos, personas como el Daniel desde su sola existencia, son aquellas que van cambiando las estructuras de pensamiento y jurídicas de un país. Se casa en Cataluña pero podría también casarse aquí, porque los derechos humanos van avanzando hacia horizontes más justos y amables para todas las personas. 
Gracias a la vida la Andrea estuvo con él, como si hubiese estado yo, para ayudarle con su peinado, sus flores y su ingreso al altar. No conozco en persona a Miguel, pero sé que debe ser una hermosa persona, con el corazón enorme como el de mi amigo, quien no merece nada menos que un ser humano sublime como él para compartir su vida. Quizás por ahora la vida le pone al Daniel en un mundo más igualitario y justo, mientras el Ecuador va dando pasos hacia ser un país de mayor inclusión y respeto.
Hoy me siento la amiga más orgullosa del mundo y hago un paréntesis en la difícil coyuntura económica y política del país para celebrar la amistad más pura que la vida me ha dado. Algún día nos unió en amistad, a pesar de nuestras diferencias, nuestra condición friki, de adolescentes que no encajaban. Agradezco a Diosx y a la vida por no haberme hecho “normal” y porque reconocerme en el Daniel y ser su compañía en estos años, aun en la lejanía, es de las misiones más hermosas que he podido tener. 
Feliz vida, amigo querido, hermano, príncipe de Dubai, te amo para siempre.


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