Como mujer no indígena, no me corresponde hablar por las mujeres indígenas, tengo mucho que aprender de ellas. Pero sí puedo hablar (no por) sino acerca de algunos silencios del movimiento feminista burgués del sublime y escandaloso, en lo pequeño, tropimedioevo llamado Ecuador. O mejor, del feminismo liberal que no integra la interseccionalidad en sus análisis o que no reivindica en su comprensión de los derechos humanos a los derechos colectivos o a los derechos económicos, sociales y culturales. Las mujeres indígenas nos han dado en estas jornadas de resistencia grandes lecciones de dignidad y organización.
Varias feministas ecuatorianas nos dicen que el feminismo es diverso, que no necesariamente debe ser de izquierda, y que las reivindicaciones del movimiento indígena no las representan. Alguna vez entrevisté a Cecilia Velasque y me dijo que existe un doble abandono de las mujeres indígenas; por el racismo del feminismo mestizo y por el patriarcado del propio movimiento indígena. Las mujeres indígenas tienen varios frentes de lucha y no podemos sino solidarizarnos con ellas y acompañarlas por su emancipación.
El blanqueamiento a través de la cosmética. Almacén Pedro Santos. Cuenca, Ecuador. |
¿Será esto posible? Quizás no. Quizás hay cosas irreconciliables cuando en el patrón colonial, machista y racista en el que vivimos, las mujeres no indígenas nos hemos beneficiado del trabajo gratuito o mal pagado de las mujeres racializadas, la mayoría indígenas, que trabajan en el servicio doméstico, el comercio o la agricultura. Hoy en día se han amansado esas relaciones de vasallaje y quedan rezagos, aun en mujeres que se llaman a sí mismas feministas, de un sentido de propiedad sobre “sus” empleadas domésticas. Incluso una relación de “cariño” entre “patronas” y “empleadas domésticas” que encubre la desigualdad. “Uy pero sí es de la familia”, “si hasta usa mi baño”, “si mis hijxs juegan con los suyos”, “si es mi confidente y la abrazo”.
En estos días varias mujeres han contado que hasta le pagan el taxi a la empleada para que pueda llegar a trabajar en medio del paro, y no han faltado aquellas que celebran que “sus empleadas” caminaron cinco kilómetros para cumplir sus labores. Esa relación “ama-patrona” ha sido claramente denunciada por el feminismo interseccional, por el feminismo de las mujeres negras, chicanas e indígenas. Por tanto, hay una contradicción de clase que no necesariamente se va a resolver en la reivindicación común de agendas “de mujeres” como la no violencia o los derechos sexuales y derechos reproductivos. Las indígenas son doblemente explotadas y la intersección de opresiones que sufren precariza más sus oportunidades vitales.
Sin embargo, yo percibo que hay una solidaridad grande de las mujeres indígenas con la agenda tradicional de las mujeres mestizas, porque también es la suya: se han posicionado, de frente, varias compañeras, para defender temas que seguro les son más costosos en términos personales, frente a sus comunidades que, para nosotras, como el aborto. No veo hoy reciprocidad del movimiento feminista que llamaré, burgués, porque quizás les gusta la alianza “con lo diverso” en luchas por el reconocimiento que no tienen que ver tan directamente con tocar el estatus quo en términos económicos. Porque las mujeres indígenas tienen una doble agenda que entra en conflicto con el neoliberalismo, la reducción del estado, la extracción minera y petrolera, la flexibilización laboral, la precarización y hasta gratuidad del trabajo doméstico y de cuidados, el abandono del agro y la apropiación de territorios.
Uno de los discursos que más me ha inquietado es el de que las mujeres indígenas han sido instrumentalizadas por las dirigencias patriarcales de la CONAIE, que han sido utilizadas y puestas con sus hijos e hijas como escudos para encabezar las marchas. Yo no tengo la verdad, una profesora querida me dijo una vez que no hay una sola realidad, sino varias capas de ella.
A lo mejor esos casos existen, debemos denunciarlos, sin dejar de destacar el poderío de los liderazgos femeninos y feministas en el movimiento indígena y su participación protagónica en las marchas. Si ellas están siendo invisibilizadas por los patriarcas de sus comunidades, a nosotras nos pasa exactamente lo mismo con los nuestros. En eso nos juntamos. Los discursos más bellos que he escuchado estos días de resistencia son los de las mujeres indígenas. Mirian Cisneros, presidenta del pueblo Sarayaku, en brillante intervención, con sencillez, profundidad y contundencia resumió los motivos de vida que están detrás de las reivindicaciones de los pueblos y nacionalidades. La mejor explicación de motivos de protesta la escuché de Ana María Guacho, adulta mayor que con datos precisos da una bofetada a quienes tachan de ignorantes a las personas indígenas. Ustedes saben que tenemos ese nivel impresentable de críticas, que avergüenza reproducir.
Los feminismos #prochoice y #loveislove que reniegan de la izquierda adolecen de una preocupante ceguera de clase. Niegan o subestiman la agencia de las mujeres indígenas, sus procesos organizativos y la fuerza que tienen dentro de sus comunidades. Las imaginan como mujeres sumisas y manipuladas. Replican en sus relaciones con mujeres racializadas los mismos argumentos que detestan en los varones para referirse a las mujeres. Han comprendido la dominación de género, pero no la dominación de clase. O sea, no han comprendido nada.
Por autoidentificación por pueblos y nacionalidades, según datos del INEC (2011) “6 de cada 10 mujeres, independientemente de su autoidentificación, han vivido algún tipo de violencia de género, presentándose un mayor porcentaje entre las indígenas y afroecuatorianas”, sin embargo, “la violencia es más alta en el área urbana que en el área rural”. Las mujeres indígenas desde siempre han luchado contra la violencia que viven, pero han tenido menos acceso a la justicia, a la protección y a la reparación de sus derechos. Así que las deudas del propio feminismo burgués y su incidencia política, más allá de las deudas inconmensurables del estado, con las mujeres indígenas, ya no se pueden ocultar.
Ya dijo Epsy Campbell que hay que construir una democracia intercultural paritaria. Quedarnos en las luchas del feminismo blanco por cuotas políticas y por alcanzar la “igualdad” con la noción de poder de los hombres, sin cuestionar injusticias de fondo del sistema, es insuficiente. Las mujeres, todas, vivimos discriminación por motivos de género, pero también reproducimos discriminaciones en contra de otras mujeres en razón de clase e incomprensión del diálogo intercultural con los pueblos y nacionalidades indígenas.
Quizás puede haber coincidencias entre mestizas y no mestizas pero el abismo de clase y la ceguera por privilegios, el hecho de ser las mestizas también explotadoras de las mujeres indígenas, entre otras taras, hacen difícil que podamos marchar en pie de igualdad, porque estamos en deuda inmensa con ellas, si alguien cree que no actual en su propia vida, sí, histórica. También pecamos de condescendientes cuando no nos vemos como iguales, pero diferentes, como parte de culturas incompletas e imperfectas que solo en intercambio podemos enriquecer.
*Y no soy racista.
Siempre le leo Pepita, no solo por que en sus escritos encuentro muchas cosas que me gustaría decir, si no que también en cada uno aprendo mucho.
ResponderEliminarEn estos días tan convulsionados, al igual que usted he leído cosas tan fuertes desde la reivindicación pero también desde el odio.
Cuando veo que aun existen hombres y mujeres que observan a los demás como menos o malos por diferentes circunstancias. Y entonces me pregunto si el servicio domestico en condiciones dignas existe o no; en mi caso particular me encuentro en una paradoja ; en mi necesidad privilegiada de ayuda domestica he dado trabajo a varias mujeres , les he pagado su sueldo, bonificaciones de ley y también las que salen del corazón al sentir sus necesidades, por que aunque usted no crea muchas terminan siendo parte de uno.
Hoy mismo tengo en mi casa una mujer de la casa de acogida; violentada desde la infancia, analfabeta, madre de cuatro niños, una mujer que necesita dar de comer a sus hijos, pero que en los tantos años de vulneración que ha sufrido no tiene idea como ganarse la vida para los suyos. La fundación no puede hacerse más cargo de ella por que está ya mas de un año viviendo ahí, al inicio sin todos sus hijos ( dos habían sido "regaladas") . Hoy en vista de que ya tiene un ingreso fijo ha podido recuperar a la mayor, pero la intermedia sigue en manos de extraños.
Todos los días llegan mujeres a la fundación que necesitan medios para liberarse de sus agresores, y en la mayoría de los casos regresan con ellos por la parte económica ( lo se por las trabajadoras sociales con las que converso casi todos los meses por el seguimiento que le hacen a la persona que colabora conmigo); y lamentablemente no existen personas que les den la oportunidad de incorporarse al trabajo, por que ellas no pueden trabajar jornada completa ( por que como uno, necesitan proveer cuidado a sus hijos), por que no tienen formación o peor aun por que están tan rotas que les cuesta muchísimo encontrar un aliciente.
La verdad leyendo tantas posiciones extremas, tengo muchas ganas de soltar la toalla, no encuentro manera de realmente contribuir a la situación de estas mujeres; me pregunto si a Edith le convenga mas esperar que algún día tengamos un "sistema" justo y equitativo , mientras vive a la espera de la caridad ( de la ropa usada en diciembre y de la libra de arroz y botella de aceite) ; o si es que le conviene más buscar un camino para que sus hijas terminen la escuela a la que ella no fue, y tengan una manera diferente de salir de ese circulo de pobreza, del que tanto hablamos, del que conocemos el por que y para que, y del que muy pocos han pensado o actuado para encontrar el como los sacamos de ahí.
Un abrazo para usted!