Kitsch jurídico



Disclaimer en Comic Sans: Este ensayo tiene fines lúdicos y recoge mi personal memoria afectiva. Mi adhesión y simpatía por ciertos personajes no es ética, sino estética. Este no es un escrito moral, sino visual y emotivo, de homenaje a la dinastía de abogadxs de la que vengo. Es una crítica, pero también una autocrítica. Del kitsch jurídico no se libra nadie. Todx abogadx se va a encontrar en alguna de estas páginas. Como dijo Edgar Allan Poe en El gato negro: “Ni espero ni quiero que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo a escribir. Mañana voy a morir y quisiera aliviar hoy mi alma”. No voy a morir, pero quise usar esta frase que describe la sin par tranquilidad de publicarlo.



Me interesa más reflexionar 
sobre el kitsch jurídico
que sobre el Derecho mismo.
Me interesa más el análisis
semiótico
de los elementos decorativos 
de un estudio jurídico
en sus aspectos dinásticos,
marciales y patéticos.

Pepita Machado, 2022


Estudié derecho para que mi papá pueda decir en sus memorias que cumplió con el décimo mandamiento del célebre decálogo de Couture (ama tu profesión: trata de considerar a la Abogacía de tal manera que el día en que tu hijo te pida consejo sobre su destino, consideres un honor para ti proponerle que sea abogado) y yo, a la par, cumplir con el cuarto mandamiento del decálogo de Moisés (honrarás a tu padre y a tu madre).

Decálogo de Eduardo Couture



Decálogo de Moisés



Siempre recuerdo a mi papá con un tabaco y escribiendo a máquina, con dos dedos vertiginosos, cuando fue secretario de la Intendencia de Policía del Azuay y yo una niña escolar. Después, recuerdo a mis papás, ambxs abogadxs, recorriendo las calles del centro en diligencias en instituciones públicas y juzgados y redactando demandas, informaciones sumarias, minutas y todo tipo de escritos en la primera computadora de la casa que fue una Macintosh. Tenía nueve años. Muchos de estos alegatos fueron materializados en Comic Sans, la letra de moda de los noventa. Posteriormente mis papás se alinearon a la onda de las computadoras tipo clon, reconstruidas por hábiles ingenieros de sistemas, quienes seguramente lucían como Charlie Zaa al momento de instalar Microsoft Word y su asistente, un clip bailarín, con el que se resolvían las dudas acerca del funcionamiento del programa que se colgaba mientras jugaban Tetris. También recuerdo las ausencias de mis padres cuando debían ir a inspecciones, generalmente en juicios civiles donde se disputaban linderos y cuando regresaban a la casa con caldito de pollo y cuy, el “animal judicial”. 

Mis papás tuvieron varias oficinas jurídicas en el centro de la ciudad y todas fueron “La oficina”: un centro organizador de la gran mayoría de acontecimientos públicos de mi vida como niña, adolescente y joven abogada. Estas dependencias siempre fueron engalanadas con motivos emocionales y parafernalia propia de la profesión. Unas paredes decoradas con los grandes títulos profesionales de la Universidad de Cuenca, caligrafiados por mi papá. El papiro bellamente ornamentado del decálogo de Eduardo Couture. La pequeña cafetería (privada) para pegarse un cafecito, unas salchipapas, unas pastas del Royal o de la Colmena, un hot dog de la Despensa Tropical, un hornadito, un pan con nata y chismear o llevar aparte a un cliente acongojadx. El letrerito de la mesa. El sello profesional (seco o de tinta) para certificar la originalidad de unos alegatos con la “intimidante” firma profesional, con la indicación del número de matrícula del Colegio de Abogados del Azuay. Una escultura de la Diosa Themis, alegoría de la Justicia, presente en los palacios de justicia de todos los continentes y en las oficinas, jerarquizadas por clase social y poder económico, de todo tipo de abogadxs. 


La Diosa Themis, ciega 


Una de las primeras compras de todo estudiante de Derecho era el imprescindible Diccionario Jurídico Elemental de Guillermo Cabanellas de Torres, en encuadernación rústica. Para mi generación dicho volumen fue “actualizado, corregido y aumentado” por, seguramente su hijo (como todo lo relativo al Derecho que pasa de generación en generación) Guillermo Cabanellas de las Cuevas. El paso de litigante junior a senior tiene entre sus requisitos el reemplazo del Cabanellas por los treinta y siete volúmenes de la Enciclopedia Jurídica OMEBA, elegante complemento del prestigio del abogado boomer.



Los 37 volúmenes de la Enciclopedia Jurídica OMEBA




El jurista y actor mexicano Roberto Palazuelos, posando junto a su Omeba en foto viralizada en 2019



Tuit del jurisconsulto y también estrella de televisión para explicar a los envidiosos.

Mención aparte merecen los manuales de Merino, plagados de modelos de demandas y escritos, cuya vergonzante posesión era juzgada por quienes, como mis padres, decían que todos los requisitos están en la ley y en la originalidad y formación del abogadx. En el estudio de la casa reposaban cuatro pesados volúmenes del Diccionario razonado de legislación y jurisprudencia del jurista dieciochesco español Joaquín Escriche. Recuerdo que tuve un mal amor en la adolescencia y mi forma de ocultar una foto revelada que me tomé junto a él fue hundirla al azar en dicho compendio con la idea de que desaparecería para siempre en alguna de sus infinitas páginas. Asimismo, las Gacetas Judiciales y el Registro Oficial, apilados en la casa, constituyeron un microcosmos estético y emocional de mi primera vida.

Alguna vez mi papá se preocupó de verme asistir a la universidad en zapatos deportivos, jean y sudadera. En ese momento de mi vida mi look era poco femenil, en el sentido de carencia de diseño y preferencia por lucir las marcas de la ropa que usaba, con poco feliz criterio. Mi mochila vieja también inquietaba a mi padre. Me ofreció dinero para que me comprara trajes sastre, tacos y maletín. Fui incorporando, lentamente, algunos elementos del estricto dress code forense, que se fue volviendo obligatorio en momentos clave como los exámenes orales en la Facultad de Jurisprudencia. Nos jugábamos treinta puntos en cada unx y a la par que el estudio de la materia pesaba sobre nuestras angustias estudiantiles el lucir como verdaderxs abogadxs. Los hombres, de terno. Las mujeres, unas se vestían de fiesta. Yo trazaba tímidos trajes sastres robados a mi mamá y me sentía disfrazada. 

En esos años de estudio, una de mis pasiones era ver Vamos con todo, el programa de chismes, con Felipito, Ángelo Barahona, Érika Vélez, Janine Leal, Paloma Fiuza y el abogado Giovanni Dupleint –con quien surgió, para mí, una secreta identidad profesional, hasta que me fui familiarizando con los derechos humanos y sus comentarios racistas me arrebataron un ídolo–. Mi sección preferida eran los reportajes del Cuy de la información. En esos años, ya terminando una carrera plagada de referentes patriarcales, conocí a una profesional del Derecho de Guayaquil, destacada por llamativas controversias. Encontré su nombre, la primera vez, en El Extra, en cuya portada aparecía un cura acusándola de acoso. Ella se defendía. La abogada Jenny Unamuno se erigió en un modelo de ejercicio de la profesión de dama de hierro en conjunto con el abogado Hilton Rosado. Autodefinida como “la abogada del diablo” su eslogan profesional era “peleadora, justa con los justos, severa con los injustos”. “El diablo es peleador, se lo lleva a la paila”. “Me gusta litigar y hacer justicia con el que tiene la razón”. “Soy una mujer vertical y me he caracterizado por eso en mis 31 años de ejercicio profesional”. Dichas frases me inspirarían sin retorno. 


La abogada Jenny Unamuno con un expediente bajo el brazo, en entrevista con Mario Cabezas, 2015.


La abuelita me abrió la puerta y me dijo que él me estaba esperando, así que subí y le encontré muy risueño viendo Laura en América. 
Diario de Pepita Machado, 2005


Laura Bozzo, host de Laura en América

"Yo veo a la doctora Polito y me duermo" dijo mi abuelita. 
Diario de Pepita Machado, 2016


Ana María Polo, conductora de "Caso Cerrado"


Después vendrían referentes ineludibles del kitsch y camp jurídico de la región latinoamericana llevados al formato del talk show de las cuatro de la tarde: las entrañables figuras de Ana María Polo y Laura Bozzo, compañías de las familias populares del Ecuador y otros países de Abya Yala, ávidos de justicia televisiva por contraste con sistemas judiciales desmantelados y con voraz necesidad de un ojo por ojo diente por diente, en vivo.  Una versión tropiandina de estos formatos fue el fugaz reality show del Dr. Marcos Hidalgo, que transitó del periodismo deportivo a la resolución alternativa de conflictos en pantalla, sin pena ni gloria.

En esos años surgiría, con fuerza, el máximo referente del kitsch jurídico ecuatoriano. Se trata de Héctor Vanegas, destacado jurista y litigante, reconocido por sus atuendos originales y llamativos. Estoy consciente de que los looks de Vanegas inspirarían no sólo un artículo autónomo, sino una tesis doctoral de semiótica del vestuario. Por tanto, exceden las modestas aspiraciones de este breve ensayo. Sugiero, por tanto, como línea de investigación futura su análisis a profundidad. Vanegas ha llevado el kitsch jurídico a inédita hipérbole. Los capítulos de la tesis doctoral deberían analizar, al menos, cuatro dimensiones, en sendos capítulos: el vestido de Vanegas, los escritos de Vanegas (me han dicho, no sé si por divertir mi curiosidad investigativa o de verdad, que tienen en marca de agua su propio rostro), la publicidad de Vanegas (sus monumentales letreros en la ciudad de Guayaquil) y la oficina de Vanegas (entre cuyas excentricidades están, además de símbolos masónicos, la piel auténtica de un feroz leopardo y un retrato en gran formato de sí mismo: metaimagen).




Parte de la colección de sombreros del abogado Vanegas




Una de las oficinas del excéntrico jurista



Valla gigante en carretera con contundente mensaje



Piel de leopardo, gesto cruel y antianimalista

Otra dimensión del kitsch jurídico que merece un estudio aparte es la masculinidad hegemónica del abogado penalista y su convicción de salvador y paladín. Pero no quiero abundar en ella por ahora. 

El kitsch jurídico no es ya hoy una escultura de la justicia en tamaño natural junto a un leopardo de ojos brillantes que desafía a los adversarios del litigio. También es una fotografía dramática de traje oscuro, con la que actualmente, los jóvenes profesionales del derecho de universidades generalmente privadas, venden su imagen habiendo sido sometidos a una suerte de negocio piramidal llamado bufete, donde la precarización laboral adquiere tintes elegantes y minimalistas, pues se paga por pertenecer a una firma de apellidos rimbombantes, tener un cubículo diminuto en sus asépticas y transparentes instalaciones –ubicadas en altura– y esperar, algún día, el ascenso en esta organización tan competitiva como moderna o formar parte de esta sociedad cerrada en pacto generalmente dinástico y patriarcal, ganando menos del básico. El sueño de añadir el apellido luego de una & extrañamente se cumplirá, a menos que se vuelva a nacer en cuna ilustre, con varias generaciones de abogados retratados al óleo en las salas de la Casa de la Cultura, la Gobernación, la Universidad y el Municipio. La genealogía reemplaza al mérito. Entonces, ante la imposibilidad de incluir mi apellido al final, siempre podré crear mi propio estudio, donde mi primer apellido sea el primer socio y mi segundo apellido, el segundo. ¿Ser cola de un león o cabeza de un ratón? That is the question.





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