Un homenaje a Patricio Coellar

 

“Esas locas preciosísimas, que contra todo y sobre todo, resistiendo un infierno totalizante que ni siquiera imaginamos, son como son valientemente, con una dignidad, una fuerza y unas ganas de vivir de las que yo y acaso también el lector carecemos. Refulgentes ojos que da pánico soñar."

(Función de medianoche, José J. Blanco, citado por Pedro Lemebel)

 

Pachi Coellar acaba de fallecer en Cuenca, a los 45 años de edad y seguirá palpitando para siempre en nuestros corazones como el prócer por excelencia de la lucha por la emancipación de las disidencias sexuales del sur del país. Fue por su valentía que se despenalizó la homosexualidad en el Ecuador en 1997, a raíz de un publicitado y doloroso episodio de violencia policial del que fue víctima. Nos acostumbramos a su presencia deslumbrante, a su calmada y alegre y rabiosa dignidad. Pachi fue de esos seres pioneros que soportaron agravios indecibles en una época de mayor incomprensión y que tuvo la entereza de exigir el derecho a existir sin ser nadie más que él mismx. Le recuerdo con su dorada, leonina, impactante cabellera, largas pestañas, un dramático abrigo de piel y tacones relucientes encabezando las primeras marchas del orgullo del convento austral, que empezaron siendo apenas tímidos plantones en la Plaza de la Merced, hace solo ocho años.

 

 En el documental “Caudal”, de Brayan Ríos y Diana Quinde, https://www.youtube.com/watch?v=QvR5zKSOzTM&feature=youtu.be&fbclid=IwAR1cBbL7wTZM9WVTJUNjuAsQf47grtavf44CrCCqRjMdw_ncYFyUm1x9qq0 que se estrenó hace algo más de un mes, Pachi Coellar dio su testimonio de cómo fue vivir en Cuenca siendo homosexual. Es un privilegio tener, para la posteridad, su imagen y su palabra vibrantes, tiernas y vivas: “antes de 1997 ni siquiera existía la palabra gay, se nos llamaba ‘maricones’. Nuestra vida era una vida sin vida, teníamos que escondernos, si salíamos a un parque nos seguían a piedras y a palos, teníamos que meternos a veces en la iglesia, a veces en un local comercial, a veces en los mercados, porque ya nos caían piedrazos y palazos, era duro ser homosexual”.

 

En el documental le preguntaron a Patricio si estaba consciente de la discriminación y él respondió, con firmeza y tranquilidad: “Éramos muy conscientes del maltrato. Los gays decíamos por qué nos tratan de esta manera, pero todo quedaba en cuatro personas.” El hecho más doloroso de discriminación ocurriría en 1997, cuando la intendencia de policía irrumpió en la elección de la Reina Gay y detuvieron a Patricio con sus ropas de reina: “Fui preso y fui violado en el CDP, nos reuníamos en un bar, el Abanicus, que era nuestro lugar de diversión y en eso se nos ocurrió concursar para Miss Gay Cuenca,  en esa época, hubo cuatro candidatos, concursamos, gané y el momento en que gané el reinado pasamos al salón para festejar, llegó el Intendente haciendo batidas, me llevó a mí y a 63 personas más que estaban atrás de mí, nos encerraron en un cuarto con delincuentes, choferes, personas sin documentos. Entonces, ahí fui violado por un delincuente sin protección, fui violado y encima los policías se pusieron a vender preservativos a cinco mil sucres en aquel entonces. Este delincuente me dijo, si no sales mañana voy a hacer que todos te violen. Era mi desesperación salir, no aguantaba tanto maltrato que me dieron allá adentro, eran cuartos en los que no podíamos movernos de un lado al otro, más de 250 personas encerradas en un cuarto, con un solo baño, era muy trágico eso”.

 

Sobre cómo logró salir de la cárcel, Patricio cuenta: “gracias a mi familia, que ellos estaban tratando de conseguir la boleta de libertad, pagaron una multa, pero el intendente no me quería dejar salir y me quería juzgar por cómo yo estaba vestido. Me llevaron a la intendencia a que me juzgara él, se puso a lanzarme insultos, a decirme maricón, que eres lo peor de la sociedad, que hay que matarte e insultos así. Hasta que entró un abogado de los derechos humanos y él me defendió, preguntó por qué tanto maltrato, que yo era un ser humano como cualquier otro y el intendente dijo que soy un maricón y que no merezco estar en la sociedad, que soy una vergüenza. Hablaron un rato y después me dijeron que podía salir, pero el intendente agregó que la próxima vez iría a la cárcel. Fui a un consultorio a hacerme unos exámenes porque hubo violación, luego de eso nos reunimos un grupo de amigos, pusimos la denuncia y se regó la bomba, hubo gente de la universidad que nos apoyó, el finado, que en paz descanse, monseñor Luna Tobar que nos ayudó muchísimo y mucha gente que nos ayudó. Fue una experiencia dura, he sufrido y he llorado, pero veo que no fue en vano porque la lucha sirvió para algo, para decir estamos aquí, somos parte de la sociedad.”

 

Tuve el privilegio de conocer a Pachi en 2012, la época en que iniciamos el proceso participativo de formulación de la Ordenanza para la inclusión de la diversidad sexo genérica en el cantón Cuenca. En esos años se realizaron varios encuentros académicos y militantes en los que Pachi presentó su testimonio sobre la violencia sufrida en 1997 y el legado que la lucha de su generación dejó a la nuestra.

 

Pachi Coellar, como un personaje de los libros de Pedro Lemebel, era una persona no binaria, cuya propia existencia en sí misma fue un desafío a la heteronormatividad. Encontró en el oficio de peluquería una posibilidad de despliegue de sus habilidades artísticas, pertenencia a una comunidad de pares y autonomía económica. Alguna vez conversaba con Pachi y me decía que a veces se enuncia a sí mismx como hombre, o como mujer, que dependía de su ánimo o del contexto en que se encontraba. Fue infaltable a las marchas del orgullo LGBTI, a los seminarios y foros en los que fue invitado como conferencista y a los homenajes que le hicieron lxs activistas LGBTI y la Municipalidad de Cuenca como reconocimiento a su trayectoria.

 

 Recuerdo con claridad que fue invitado al II Congreso sobre estudios de diversidad sexual en Iberoamérica y dijo que haría lo posible por asistir pero que los viernes y sábados eran sus días de trabajo más ajetreados en la peluquería; sin embargo, nunca faltó su voz para recordar a las generaciones actuales que la discriminación y la violencia continúan pero que fueron en extremo brutales hace más de veinte años y que estaban amparadas por el aparato punitivo del estado. Gracias a Pachi, su valentía, y la de sus compañerxs, se pudo despenalizar la homosexualidad en el Ecuador.

 

Pachi no fue debidamente reparado. El estado ecuatoriano tiene una deuda con Pachi Coellar. En estos días en que la muerte ronda, no sabemos qué rostros pueden desdibujarse. No conozco la causa de la muerte del Pachi pero sí sé que las muertes de las personas LGBTI, como de las mujeres, a edades tempranas, con mucha frecuencia están asociadas con la violencia del estado, amparada por el estado o tolerada por el estado. En América Latina la expectativa de vida de las personas trans es de treinta y cinco años y sus muertes son políticas, tienen que ver con la violencia, la omisión en atención en salud, la pobreza, la exclusión por vivir con VIH/sida, las intervenciones corporales hechas sin supervisión médica y sin financiamiento público y la discriminación estructural. Son vidas que importan menos al estado.

 

Hoy, en el contexto de la pandemia por COVID-19 queda suficientemente documentada la falta de respuesta del estado y sus omisiones para proteger a las mujeres y a las disidencias sexuales, los sectores más afectados por la crisis sanitaria y económica. La pobreza y la extrema pobreza han aumentado, no se han tomado medidas de protección social para que las personas en mayor vulnerabilidad puedan protegerse del virus, se plantea un falso dilema salud/economía, sacrificando a la primera por la segunda, sin brindar garantías a las personas que viven del día. Esto ha expuesto a las personas más vulnerables a muertes anunciadas por la omisión estatal. Desconozco la causa de la muerte de Pachi, sí, pero imagino el dolor de su familia en un momento en que ni siquiera le es posible a la más cercana despedirse y a quienes le admiramos y quisimos, acompañarles.

 

Así, es necesario que la muerte de Pachi no quede en la impunidad, en el sentido de la obligación de la memoria colectiva por tener presente su vida y celebrarla y también desde la obligación del estado de reparar y de garantizar la no repetición de los vergonzosos hechos de violencia que en el 97 se ejecutaron por funcionarios obedientes a un orden jurídico patriarcal y violento.

 

Para terminar, me quedo con las palabras del mismo Pachi y quiero pensar que, a pesar de todo y contra todo, alcanzó la plenitud existencial. Fue un hecho a sí mismo en el sentido de la resiliencia a que nos obliga el sistema excluyente y violento en el que nos toca vivir y a muchas personas, sobrevivir:

 

“Lo que le falta a la sociedad es más cultura, saber que también estamos como grupo homosexual dentro de toda la sociedad y en todo ámbito, laboralmente, económicamente, estamos ahí. Ahora tengo una vida muy plena, soy libre de hacer lo que quiero, ando como quiero, tengo mi economía bien, un trabajo bien, entonces estoy para lo que era antes súper bien y libre para caminar por donde yo quiero. Hay mucha gente que desconoce la historia del 97. Ellos tienen que primero, empaparse de la historia del homosexual en el Ecuador y saber por qué ellos tienen las puertas abiertas para presentarse como tales, deberían primero investigar la historia, hay mucha gente que no sabe que hubo una historia.”

 

Nuestra misión es, entonces, honrar su memoria, escribir esta historia y contarla.

 

Descansa en paz, Reina nuestra, Diva nuestra, Diosx nuestra.

Comentarios

  1. Excelentes tus palabras Pepita, para dejar en nuestras memorias un hermoso legado de Patricio como un ferviente luchador por los derechos humanos, que aunque no seamos concientes del todo, nos permite a todos ser mejores personas.

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