Rompimos a Alegría. (¿Es tóxica la felicidad o somos nosotros los tóxicos?)

 

Un piolín enviado por whatsapp por una tía que nos echa en cara su felicidad tóxica de tía privilegiada mientras debería ser más empática con los difíciles momentos que vive el país de los que nosotrxs sí tenemos conciencia porque el pan subió.

“Que nos contentemos con poco” es la lección de esta columna. 
Con un chorrito de agua, con la luz de la vela, con un fideo caliente, 
con un vestido verde o un traje elegante, y con un abrazo cálido. 
A la final... no necesitamos más.”

Alegría Crespo

Alegría Crespo narró una experiencia personal en Vistazo y a mucha gente eso le fastidió y se lo hizo saber. Y cerró su cuenta. Sabemos por referencias que decidió irse de Twitter por autocuidado, frente a las reacciones negativas que causó su artículo donde, luego de recordar una anécdota familiar de sus padres y los trabajos que pasaron en Europa en un viaje de juventud, animaba, en la moraleja, a que las personas nos sintamos felices con poco. Por una coincidencia poco feliz, el artículo se publicó el mismo día en que gremios de panificadores anunciaron que subirían el pan. 

Entonces, mucha gente dijo que, en contexto, el artículo era desafortunado y hasta macabro. Otras personas dijeron que al narrar sus vivencias hace gala de sus privilegios y en consecuencia demuestra poca empatía con las personas que lo están pasando mal. Y todavía más, concluyeron que la “felicidad tóxica” de Alegría es el resultado del #EfectoLasso y que ya está preparando emocionalmente el terreno a sus lectores para que aguanten estoicamente paquetazos, una crisis sanitaria reforzada y los problemas de toda la vida de la pobreza estructural, porque en resumen Alegría nos obliga a conformarnos y deduce de la miseria que es una actitud mental que se supera echándole ganas, con el discurso del individualismo optimista y del ser hecho a sí mismo que es el correlato individual de agencia frente a las políticas de los gobiernos neoliberales que desmantelan los sistemas de protección social. 

Estoy de acuerdo con que ciertos discursos en ciertos contextos pueden parecer inadecuados o desatinados. Pero leo y releo el artículo de Alegría y no encuentro en qué parte está explícita la intención de ella de adoctrinar políticamente a lxs lectores para que aguanten con una sonrisa los horrores de los pésimos manejos gubernamentales. Se sigue tratando de una anécdota familiar. Es más, de una que protagoniza su padre, quien falleció hace muchos años y por esta razón asumo que hay muchos sentimientos implicados en la evocación de este recuerdo. Ella, a su modo y desde sus recuerdos de infancia simplemente invita a poner atención a los detalles cotidianos y a amar las compañías y las personas que en este viaje son más importantes que los bienes materiales. Me parece más bien un acto de mucha transparencia hablar sin remordimientos de su realidad que por contraste con la nuestra es de privilegios y no creo que los desconozca en su texto, pero tampoco creo que haga gala de ellos. Alegría no es una servidora pública como para someterla a tal escrutinio. Alegría no nos debe dejar de ser Alegría. Sus textos pueden no gustar, sus argumentos pueden ser refutables, pero las críticas la señalan a ella y deducen de lo que escribe intenciones perversas que me parecen incompatibles con una persona que ha demostrado tener como misión de vida dar ánimos a quienes  están pasando mal. Ella es mucho más empática de lo que pensamos. Su discurso consuela a harta gente y eso tiene un valor.

No es la primera vez que una mujer se va de Twitter Ecuador como consecuencia de tormentas de hate. Por supuesto que Alegría tiene quienes la defiendan y su silencio, motivado por un dolor personal, ya ha sido censurado por instancias que ven su salida como resultado de un ataque a la libertad de expresión. Ese punto no lo voy a tratar porque sí creo que la libertad de expresión no es ilimitada. Pero en el Ecuador no es el discurso de odio el que esta vez ha sido condenado, sino es un recuerdo de infancia con una moraleja.

Dejamos que voces valiosas como la de Daniela Alcívar Bellolio desaparezcan de la red porque no solo es un espacio de odio y de furiosos ataques personales que comprometen la honra de las personas afectadas, su proyecto familiar y de vida, sino nosotrxs, “los progres” no sabemos defendernos entre nosotrxs, solidaridad que sí he visto, en cambio, en los libertarios entre sí. Yo misma estuve involucrada en varias tormentas de caca en Twitter. Recuerdo una de ellas motivada por rumores y falsedades que años atrás me trajo miles de insultos y que produjo que unos exámenes que me hice para viajar a España salieran completamente alterados por el estrés. Fue uno de los momentos más angustiantes de mi vida. Las secuelas de esa tormenta de mierda sigo tratando de superarlas, porque desde ese momento, la degeneración de mi salud física y mental fue mucho más estrepitosa, me triqueé mal. Claro que me he hecho cargo y trato ahora de ser más fuerte y como lección pienso mucho mejor lo que escribo. Pero no podemos trasladar la carga del aguante a las mujeres que se expresan en la red sin hacernos responsables del daño emocional que como masas críticas podemos causar cuando tocamos susceptibilidades. Los ricos también lloran me dijo alguna vez un cura y yo decía cura interesado vendido a los ricos. Pero sí, el sufrimiento es universal. Es quizás la única cosa verdaderamente democrática, como la enfermedad y como la muerte. 

No, no culpo a Twitter de mis problemas de salud mental. Hay que entrar a este lugar bañada en aceite, como dirían las compañeras travestis, resilientes consuetudinarias, quienes se han apropiado de los insultos y han resurgido siempre de las cenizas, como el Ave Fénix. Ahora puedo enfrentar mejor a los trolles y a la mala onda, pero tampoco sé cuánto dure esta entereza. Y no hablo de mí. Hablo del patrón que existe en Twitter Ecuador que es el del odio a las mujeres que se expresan, sean de izquierda o de derecha. Y también reconozco que en su momento muchas mujeres me defendieron cuando me hice tristemente célebre por un tuit impopular sobre gringos que limpiaban paredes. También nos recuerdo defendiendo a otras de estos ataques infundados o simplemente misóginos, pero somos nosotras, más como mujeres que como mujeres de izquierda, quienes tenemos cierta empatía porque sabemos que no somos de piedra. Tampoco somos de cristal. Hemos aguantado tanto. El tener voz en un escenario público ya es una situación que nos expone, como diría Mary Beard, quien con todas las credenciales académicas del mundo reconoce que el odio en Twitter sí llegó a afectarla personalmente porque le habían dicho, sin razón, que su vagina debe oler a col podrida. 

El cringe con el optimismo de Alegría, con el tiempo, porque también me incomodó alguna vez y llegué a ser un troll de Alegría, me di cuenta después de que tenía más que ver conmigo que con ella. Mientras menos me aguantaba yo más me fastidiaban las frases de superación personal de Alegría. Mientras en más negación me encontraba, menos quería saber de Alegría. Mientras más enojada estaba, trollear a Alegría era mi placer culpable. Dejé de seguir a Alegría. Oculté a Alegría. Y no hablo de un par de tuits de ella con los que no he estado de acuerdo por asuntos de fondo, sino del puro hate que surge viendo que alguien es feliz, intenta serlo, o intenta que lxs otrxs lo sean. 

Una vez hice un hilo entero explicando por qué me parecía sospechosa la alianza entre Alegría, Otto y Karla Morales. En términos morochos pegué a tres koalas de un tiro. Me metí con Alegría y me metí con Karla Morales, la Karla buena. Fui muy mala. Dije que el apoyo de estas dos mujeres a un gobierno neoliberal dejaba claros los hilos que conectaban la desidia estatal, la filantropía y la noción de superación personal como un asunto individual frente a la ausencia de responsabilidad estatal. Era el inicio de la pandemia. Alegría me escribió por interno. Ya no recuerdo qué fue lo que hablamos. Yo andaba muy lúcida para escribir tuits, pero personalmente un poco confundida. Y no conservo esa cuenta que pereció con miles de seguidores porque el odio era tanto que no pude mantenerla porque si seguía ahí me quebraba yo. Ella fue gentil conmigo. No solo no se enojó por lo que yo escribí, sino dijo que iba a pensarlo. Me dio una lección de integridad. 

Desde ahí y en adelante, por las tormentas sufridas en la carne y por la constatación de que son muchos los apoyos que tengo cuando echo lodo con ventilador, pero estos mismos simpatizantes desaparecen cuando estoy en la picota siendo acribillada por libertarios y señoras de Samborondón trato de pensar si lo que digo lo digo porque es necesario decirlo, porque estoy enojada o porque quiero ver el mundo arder. No estoy libre y nadie creo que lo esté enteramente, de tuitear reactivamente, de lanzar indirectas, de alimentar a la turba enardecida del momento o de crucificar simbólicamente la opinión impopular de turno. Pero trato sí, de pensar en que hay personas detrás de las cuentas.

Me parece que las críticas a Alegría fueron desproporcionadas porque dedujeron de un texto una intención política y no supieron explicar cuál es el daño real que esas palabras pudieron haber causado más que la molestia porque la vida es un valle de lágrimas y la alegría de Alegría es "tóxica".

Les aseguro que Alegría, por muy privilegiada que la quieran ver, tiene entre sus seguidores personas comunes y corrientes que en los contenidos que ella comparte encuentran consuelo, fuerza y esperanza. A veces pensamos los progres que podemos ser la voz de las personas más jodidas y de las más pobres cuando son esas personas quienes nos dan otro tipo de lecciones y quienes consumen los contenidos que crea Alegría. Pero nosotrxs, eh, siempre tenemos que salir con la pedantería intelectual de creernos moralmente superiores y de hacer de todo un tema. Obvio este texto es un cocacho a mí misma por todo lo que hice y por lo que sigo haciendo y sigue teniendo que ver más conmigo que con cualquier otra persona. Así que, si no creen que su relación con Alegría tiene que ver algo con mi relación con Alegría, pues entonces dejémoslo como mi carta a Alegría.

 En este momento Alegría tiene miles de apoyos, más que detractores, porque además de ser ya una institución del optimismo y el coach ontológico la derecha política del país tiene con ella una identificación de clase. Alegría no necesita mis palabras ni yo necesito quedar bien con ella. Sólo quiero decir que irse de acá duele porque también es una casa. También es nuestro espacio. Es el foro público. Acá hemos venido a llorar, a hablar de traumas, a confesar situaciones de salud jodidas, violencias sexuales vividas, complejos, procesos terapéuticos, dolores y opiniones impopulares. Acá hemos conocido gente valiosa, nos hemos animado a decir, a escribir, a equivocarnos, a compartir. 

Recuerdo que otra vez que me trollearon fue en un momento en que dejé de ser revoltosa, porque hablé del gallinero de mi mamá y las reacciones fueron acaso más violentas que nunca. No es chévere. Y si alguien no lo ha vivido o no es mujer o su escritura no ha tenido la difusión suficiente como para que venga la tormenta. No importa si eres de izquierda o de derecha, somos la tormenta de los otros. Gracias a las tormentas también conocí chicas muy interesantes acá. Me acuerdo del escándalo sobre María Cecilia Herrera cuando denunció violencia obstétrica. Me acuerdo de tantas veces que Lolo Miño es tendencia y generalmente la acribillan un montón de patanes misóginos providas. La Pame Troya cuando se divorció y no se fue de Twitter nos dio la más grande lección de resiliencia. Olinguito, Sole Angus, Dome, yo, a bastantes nos han echado lodo. Yo he echado lodo, sí. (Pido disculpas a Maluly Oliva, feminista light). Por eso este texto es de (auto)crítica.

Quizás sólo cuando hemos conocido dolores profundos pueda tener algo más de sentido lo que Alegría dice. En los últimos meses he conocido el divorcio, el desempleo, la enfermedad física y mental y decidí ante el abandono estatal confortarme a mí misma con la retórica de la felicidad. Por supuesto que esta no sustituye una atención en salud mental de la que la gran mayoría carece porque no deja de ser un privilegio. Pero hay frases que calman en momentos duros, hay palabras terapéuticas y veo con otros ojos ahora cosas que dice Alegría y le doy like a Alegría. Y no me importa que me echen del club de la izquierda de Twitter por estar de acuerdo con cosas tan bonitas como "lo vas a lograr", "perdónate", "cúidate". Esas palabras no me interesaban porque en alguna medida no las necesitaba. Era, sí, en ese momento, o muy inconsciente o muy privilegiada como para darles valor. 

Habrá que distinguir entre la “felicidad tóxica” entendida como aquella en la que no hay empatía por el otro y hay una negación de las emociones negativas y un rechazo a transitarlas y la felicidad que lo es pero que nos produce a nosotrxs sentimientos adversos  de mala onda que porque es ajena y que nos hunde en aquella costumbre judeocristiana de pontificar la culpa y el sufrimiento. Nadie obliga a nadie a gustar de un tipo concreto de contenido, ni siquiera se puede decir que se deje de criticar lo que se escribe en un medio de comunicación de largo alcance, pero sí es necesario pensar si nuestras actitudes individuales y colectivas en redes no contribuyen a empeorar una salud mental que de por sí está más deteriorada en tiempos de pandemia o las emociones que nos pueden fragilizar hasta a las personas más fuertes, que son referentes de aplomo para el resto. Tanto derecho tienen a expresarse quienes la están pasando mal como quienes se sienten bien, porque también hay derecho a la felicidad y a la belleza aun en el peor momento histórico posible. Es importante pensar qué de verdad molesta de Alegría, pensar que podría ser un espejo incómodo y dónde están, más bien, escondidos con facha de crítica social y política, nuestras propias intolerancias y dolores.

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